Diez años con «Laudato si»

 

 

24/09/2025 | por Grupo Areópago


 

 

 

 

 

 

La encíclica que el Papa Francisco regaló a nuestra Iglesia y a las sociedades del mundo cumple ya diez años. En su momento nos abrió los ojos para reconocer la grave crisis ecológica que padece nuestra “madre tierra”, interpretarla y ofrecernos pautas para intentar superarla. Este mes de septiembre en el que los cristianos celebramos el Tiempo de la Creación -tiempo de oración y acción por el cuidado de la tierra- es una ocasión propicia para realizar una inmersión profunda de análisis-reflexión sobre ella y preguntarnos sobre los avances o retrocesos en un tema de tan gran transcendencia para nuestras vidas y las generaciones venideras. Su publicación, muy valorada en su momento por personalidades e instituciones de gran prestigio universal y de múltiples tendencias ideológicas, dan fe de que nos encontramos con un documento de gran relevancia sociopolítico que trasciende el ámbito eclesial. Es la primera vez que el problema ecológico es tratado con tanta profundidad por el magisterio de la Iglesia. El tratamiento que da a la Tierra como “casa común” es ya una declaración de intenciones sobre una cuestión que implica a todas la personas y sociedades al margen de sus creencias, de su ideología o raza, y el considerarla como hermana que “clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”.

Su centro de interés lo conforma el tratamiento novedoso que da al tema ecológico sublimándolo como” ecología integral”. Esta denominación y su significado profundo enriquece en gran medida al científico al considerar la ecología, no solo como una realidad relacional de la vida humana con su entorno, sino también con la problemática moral y ética que representa la interconexión  del medio ambiente con los valores universales de justicia, paz, solidaridad, servicio al bien común y el respeto a la creación. “Todo -dice el Papa- está conectado… Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”.

Todas las líneas de fuerza de la encíclica, fundamentales para nuestra reflexión-acción, giran en torno al sentido trascendente de este concepto que desarrolla en su capítulo IV. El poder de la tecnología –“que nos pone en una encrucijada”-, las consecuencias del antropocentrismo moderno, la interpretación del antropocentrismo bíblico, el relativismo práctico de nuestras sociedades, la cuestión del trabajo, la innovación biológica…, invitan a preguntarnos hoy sobre  lo que hemos hecho o dejado de hacer durante estos diez años. Y cómo nos hemos situado, personal, social y eclesialmente en ese proceso de ”conversión ecológica” que nos pide el Papa. Las realidades que vemos en nuestro día a día no son muy halagüeñas. Tanto los efectos del calentamiento global de la Tierra cómo los acuerdos y definiciones de las tres últimas conferencias internacionales sobre el clima no invitan mucho al optimismo. Sin duda el gran reto que nos propone la encíclica como es la construcción y desarrollo de un nuevo paradigma cultural con la exigencia de un nuevo estilo de vida es al día de hoy inconcebible “. Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo -dice el Papa-, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración” (nº 202).

 

 

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