Tribunas

El aniversario de Maite y Alfredo

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Celebración entre amigos.
Foto de archivo.

 

 

 

 

Nada hay más satisfactorio en esto del arte del periodismo, que siempre ha sido y seguirá siendo el de ver, oír y contar, que compartir la belleza de la vida, los nobles sentimientos de los demás, lo que hace posible que el mundo sea un poco más humano y también más divino.

Si algo tiene el periodismo, como ejercicio de la información pública y publicada, es que permite construir un sólido edifico de amistad social. No nos engañemos. No pocas veces tenemos que prestar la pluma para ser la voz de los sin voz, para ejercer la denuncia, que es conjugación de profecía, para poner en evidencia lo que no es ejemplar con la carga implícita de una concepción de lo ejemplar. Nada de esto se haría sin pasión por lo humano y, sobre todo, por la amistad personal y social, amistad cívica que decimos ahora.

Por más que a mí, ahora, lo que me pide el cuerpo es hacer un ejercicio de lo que llamamos crónica de sociedad, voy a embridar mi deseo y me voy a dejar llevar por el cierto sentido y sentimiento de la amistad.

El pasado viernes por la noche tuve la dicha de asistir a la celebración matrimonial de mis queridos Maite y Alfredo. No seré yo quien, aunque lo considere un ejercicio lícito, -dado que no habrá pocas personas interesadas en saber cómo discurrió, qué pasó allí, quién estaba–, profane el templo de lo privado.

Lo que me interesa es destacar el ceñidor primero y último de lo que fue el sentido, primero, de una solamente celebración eucarística presidida por el cardenal Rouco Varela, bien acompañado de mitras, y luego de una sencilla y plenificadora fiesta.

De lo que aquí se trata es de disfrutar, una vez más, de la amistad. Dejo a un lado lo que Aristóteles escribiera en el Capítulo VIII, y siguientes, en su “Ética a Nicómaco”, lección de sabiduría que comienza diciendo que la amistad es lo más necesario para la vida. Amistad con Dios, que al fin y al cabo la vida cristiana es ese teresiano tratar de amistad con quien sabemos nos ama, y amistad con los otros.

Dejo a un lado el aldabonazo del estagirita cuando afirma que sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los bienes; o que “en la pobreza, y en las demás desgracias, consideramos a los amigos como el único refugio”; o aquello de que “los amigos ayudan a los jóvenes a guardarse del error…”

La amistad es dos marchando juntos. Dos, tres o cuantos se quiera. De esto, mis queridos amigos que nos llamamos “los SEALS” algo sabemos. Ya sé que hay muchos tipos de amistad, incluso que vivimos en un mundo de no pocas amistades interesadas.

Lo único que puedo decir es que, en el caso que nos ocupa, tratándose de Alfredo, a quien, como se decía de Fraga le cabe el Estado todo, también el Digesto y el Decretum Gratiani incluso en la cabeza, la amistad es su segunda naturaleza.

Alfredo, acompasado por esa presencia beneficiosa y silente de Maite, es de las personas que te enseñan que la vida es un tejido de generosidad, de cercanía, de afecto, de verdad, también cuando duele, de gracia en el sentido de don, de presencia. Esa amistad que da siempre más de lo que uno espera.

Claro que este ejercicio de amistad verdadero es sólo el eco de una intensa vida en el espíritu, que no es otra cosa que coherencia entre lo que cree y lo que hace, entre lo que dice y piensa, amor apasionado por Jesucristo y tensión de santificación en lo ordinario de la vida privada y pública. Díganme qué amistad es sin pasión; qué amistad es si no conjuga en activo y en pasivo el amor en primera persona.

Por muchos años, y que Dios os siga bendiciendo, queridos amigos.

 

 

José Francisco Serrano Oceja