Tribunas
06/10/2025
Dos obispos que se abrazan en el cielo
José Francisco Serrano Oceja
Monseñor José Antonio Álvarez Sánchez,
obispo auxiliar de Madrid,
fallecido el 1 de octubre de 2025.
La historia no se repite –san Agustín y el nuevo Papa de esto nos tendrían mucho que decir -, pero parece que hay momentos en los que, salvando las diferencias, las distancias y las circunstancias, uno piensa aquello de que “esto ya lo he vivido”.
El 25 de marzo de 2007, a las 6´47 de la mañana, recibí la llamada de mi querido monseñor Fidel Herráez. Don Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar de Madrid, acababa de fallecer después de una enfermedad que había servido también para que no pocos nos topáramos con la pedagogía de lo que significa abrazar la cruz e intuir el sentido de la resurrección del Señor.
Ducharse, vestirse, tomar algo y rápidos para la calle san Justo. Tocaba la crudeza de una realidad que se impone como un mazazo.
Aquel día, como algún otro también crítico, pude comprobar que los obispos también tienen su corazón.
Recuerdos que he revivido, como si hubieran ocurrido ayer, cuando he visto las preciosas declaraciones que hizo a Trece TV el que entonces era también obispo auxiliar de Madrid, monseñor César Augusto Franco.
¡Qué paradojas tiene la vida! En aquel momento, marzo de 2007, el joven, eficaz y amable secretario de don César se llamaba José Antonio Álvarez.
Con esa delicadeza espiritual que le caracteriza, don César acaba de escribir una especie de despedida televisiva que me ha emocionado. Pueden verla en las redes sociales. Gracias don César.
El Señor se llevó consigo a don Eugenio, que era columna y baluarte no menor de aquel pontificado. El Señor se ha llevado consigo a don José Antonio, a quien ya no me sale llamar Pepe, que jugaba hasta hace unas horas un papel fundamental, también para el clero madrileño, en este pontificado madrileño.
Entonces se dijo que vendría un obispo a sustituir el perfil de don Eugenio. Vino un obispo y fue él, no don Eugenio. Vendrá un obispo auxiliar a Madrid, o dos, o vaya usted a saber cuántos, y ya no serán don José Antonio, será otro obispo u otros obispos.
Llevo algo de tiempo pensando hasta qué punto me es lícito imaginar el cielo y qué efectos está teniendo el ejercicio de la imaginación en mi vida cristiana, más allá de una especie de pedagogía de conciencia. Tengo que hacer el esfuerzo de pensar en el cielo no en categorías de tiempo y espacio, de experiencias vividas o imaginadas, sino en categorías de esencia y relación.
Me he imaginado a don Eugenio recibiendo, a las puertas del cielo, junto a San Pedro, a don José Antonio, fusionándose con él en un abrazo de amor presente en plenitud de vida y sentido. Con aquella sonrisa socarrona de don Eugenio, aquella efusión de autenticidad gallega.
Y me he preguntado por esa predilección de amor de Cristo a su Iglesia en Madrid en nuestra reciente historia. No quiero ir más hacia atrás. Pero ahí están don Ángel Morta y don Ricardo Blanco, auxiliares fallecidos en el ejercicio de su ministerio en activo.
Después del fallecimiento de don Eugenio, no todo fue lo mismo. Veremos que pasa en este ahora continuo.
José Francisco Serrano Oceja