Cultura del encuentro

 

 

20/10/2025 | por Grupo Areópago


 

 

 

 

 

 

No hay duda de que uno de los signos de nuestro tiempo es la división y el desencuentro. Vivimos en un mundo roto y fragmentado que la sociología actual da nombre: polarización. La polarización como fenómeno sociológico en todas su manifestaciones -ya en su faceta política o emocional- ha ido creando desde hace ya algunas décadas, y no solo en nuestro país, un clima social irrespirable que de alguna manera está haciendo muy difícil la convivencia. En la vida política se manifiesta mediante  insultos, enfrentamientos, posturas extremas irreconciliables y ataques al adversario considerado como enemigo a eliminar; Pero también se produce en otros ámbitos de la vida social -polarización afectiva en el argot sociológico- expresada en miedos, odios, amores y fobias, y generada por identidades individuales y grupales muy radicalizadas que bien alimentadas por el anonimato en las redes sociales crean interacciones emocionales negativas que deterioran la convivencia.  Hoy día se ataca con simplicidad extrema a cualquier persona o grupo que manifiesta opinión etiquetándolo con ánimo de herir; no existen los matices ni las razones, todo es visceral. Llevados por sus fobias o amores y fanatismo, y no por un debate racional y argumentativo serio fragmentan nuestra sociedad en un dualismo radical de buenos y malos, unos contra otros olvidando el “nosotros”.

Reconocer los procesos de nacimiento y crecimiento de este fenómeno social actual debe ser un primer paso para tomar conciencia del grave problema que tenemos y poder dar algunos pasos para crear su antídoto y fomentar la cultura del encuentro, que en tantas ocasiones demandó el Papa Francisco. En el ámbito de la política la proliferación de partidos e ideologías extremas y frentistas, el planteamiento de una política de bloques que crea muros e incapacita para llegar a consensos, los populismos o la política-espectáculo, son factores creadores de polarización, y elementos referenciales para la polarización afectiva-emocional de los ciudadanos. Sin olvidarnos del crecimiento estructural de las desigualdades hirientes de “una economía que mata”, productora de descartes e indiferencia; o del individualismo egocéntrico creciente en nuestra cultura dominante que se manifiesta en la forma de construir las ciudades y urbanizaciones, en el problema grave de la vivienda, en el abandono de la calle como lugar de encuentro en las grandes ciudades, en el olvido del mundo rural y sus pueblos tan idóneos para hacer posible la cercanía, la convivencia y la acogida, o en los graves problemas del  mundo del trabajo… Son fenómenos, entre otros, que han ido derribando puentes de convivencia y haciendo muy difícil la construcción de una cultura del encuentro.

La cultura del encuentro frente a la cultura del descarte que denuncia el papa Francisco hay que plantearla como ética social que vaya orientada a crear un “nosotros” inclusivo con tres grandes ejes vertebradores: En primer lugar, la acogida incondicional hacia los otros, los diferentes. En una sociedad tan plural como la nuestra donde conviven personas de diferentes culturas, lenguas, ideologías, razas, religiones… crear cultura del encuentro mediante la acogida y la tolerancia como hecho social, es una necesidad vital porque es la única manera de construir la convivencia.

El segundo eje vertebrador lo encontraremos en el ejercicio de la “buena política”. Una buena política construida sobre la base de los consensos y orientada al bien común que pueda hacer frente a la polarización y luchar contra las desigualdades. Y el tercero, considerar la práctica del dialogo como instrumento esencial para la solución de los conflictos. Diálogo que implica la escucha como virtud, como elemento fundamental de educación cívica y como medio indispensable de gestión de los asuntos públicos.

Es nuestro deseo siguiendo el del papa Francisco: Ojalá que al final ya no estén -los otros- sino sólo un -nosotros-(FT,35)

 

 

GRUPO AREÓPAGO