Opinión

¿Saben sociología en el Vaticano?

 

 

José Pérez Adán


Basílica de San Pedro.

 

 

 

 

 

Puede deberse en que a nivel de pensamiento se han quedado atrás. Van con un siglo de retraso. Lo digo a costa del mantra de la pobreza, sobre lo que recientemente vuelven a insistir sin saber lo que dicen. Se trata de un cúmulo de errores originados, a mi juicio, por el intento de resolver problemas sociales con las herramientas de disciplinas especulativas y, en concreto, con la filosofía.

Un primer error es de naturaleza conceptual. La pobreza no existe. Existen los pobres. Así, el concepto de pobre es siempre relativo, apuntando al diferencial de igualdad en situaciones concretas de lugar y tiempo. Ello implica la medición. No hay pobreza que no se pueda medir.

Un segundo error, cuando llegamos a este punto, es cómo la medimos. Pues sí, la medimos con renta, es decir, con dinero. Estadísticamente hablando pobre es quien dispone de menos de la mitad de la renta media del entorno operativo, e indigente de menos del tercio. No consideramos impresiones o sensaciones, sino datos contables. No hacemos referencia a un imaginario literario o histórico, sino a algo muy concreto y acotado.

Dicho esto, algunos problemas saltan al canto. ¿Podemos agregar pobres de distintos países y tiempos en la misma unidad conceptual? La respuesta es no, si queremos mantenernos dentro de los límites de la ciencia social. La razón principal es que mediamos con un ente llamado estado, que se configura a sí mismo de muy diversas formas en el espacio y en el tiempo, dando lugar a culturas sociales diversas que han implementado, o no, instituciones específicas de seguridad y prevención social. No es lo mismo ser pobre hoy en Francia que en el Egipto de los faraones.

¿Deberíamos utilizar una medida diferente al dinero para poder comparar casos y situaciones disimilares como esos? No se puede, si queramos ceñirnos a un concepto operativo. Y es que, efectivamente, solo nos sirve hablar de pobreza si pretendemos erradicarla o reducirla a un mínimo dentro de los límites de justicia y equidad. Queda fuera de la pobreza, por tanto, la desigualdad no dineraria, como la genética que puede apuntar capacidades dispares, la cultural que puede apuntar diferencias expresivas, o la psíquica o biológica que puede encapsular saludes y prospectivas de vida muy diversas.

De lo dicho parece conveniente huir del concepto genérico de pobreza cuando nos salimos de la fría descripción socioeconómica, y usar otra terminología, no susceptible de uso analógico o metafórico, para glosar asuntos de índole religioso o jurídico, entre otros. Más allá de la propia determinación de la discriminación, de la mendicidad, de la exclusión, del maltrato, de la enfermedad, o de la soledad, cuando de ello se trate, un servidor se atreve a proponer el concepto de carencia vital.

La carencia vital es la necesidad no subjetiva que impide o condiciona negativa y gravemente el curso de la vida. Lo bueno de este concepto, cuando no estamos ceñidos al estudio socioeconómico, es que no necesariamente debemos recurrir al dinero para operar con él. Y ello tiene, no solo grandes ventajas de trato y manejo, sino que nos permite salir del materialismo inherente al concepto de pobreza cuando pretendemos hacer un discurso especulativo, también moral o religioso.

No se trata solo de una razón formal. Ello conlleva también importantes novedades cualitativas. Así, cuando buscamos a los más carentes de entre nosotros con el sano objetivo de aliviarles, los encontramos no entre los que menos tienen, sino entre los que menos son. En este caso entre los engendrados no nacidos y no entre los más pobres a la antigua usanza. Entiendo que no esto no guste a los que se piensan progresistas mesiánicos, pero es lo que hay. Lo dicho, en el Vaticano no saben sociología. Deberían aplicarse.

 

 

José Pérez Adán es catedrático de Sociología y rector de la Universidad Libre Internacional de las Américas.