Tribunas
27/10/2025
Tres vidas sencillas. II
Ernesto Juliá
La historia de Petronille quizá entrará algún día en la leyenda. La criatura arriesgó demasiado, llegó enclenque a este mundo, después de haber adelantado los tiempos de su dependencia materna, y se presentó a los seis meses con el peso mínimo para seguir adelante.
La adornaron con sondas, sus pies se convirtieron en muñecas cargadas de pulseras que le transmitían alimentos, energías concentradas para sostenerla en el respirar de cada minuto. Día a día, gramo a gramo, Petronille fue adquiriendo peso, bajo la cariñosa mirada de sus padres y de sus hermanos, que la contemplaban a diario a través del cristal protector de la incubadora. Al cabo de cinco meses le dieron el alta, y le permitieron gatear, caerse, levantarse como una niña del todo normal.
La historia de Francesco se asemeja a un tiempo andante-ma-non-troppo de una sinfonía italiana, en el que cada pieza llega al fin a acomodarse, a encontrar su sitio, y la serenidad y la calma consiguen desarmar la violencia de posibles acordes desafortunados.
La madre de Francesco no tenía una decidida voluntad de traerlo al mundo. Quizá estaba pasando por momentos de depresión, o quizá se dejó avasallar por un cálculo demasiado frío sobre las ventajas e inconvenientes de una criatura, como si fuera un "producto" más del mercado, y quiso "liberarse de su maternidad". Lo cierto es que se sometió a una intervención quirúrgica, pero no se sabe cómo, todo el instrumental médico empleado no consiguió arrancar a Francesco del seno materno, ni tampoco destruirlo. Y aquí está, vivo, muy normal y protagonista de una noticia no muy corriente en la prensa.
Francesco tiene ahora ocho años. Su madre lo recibió en su momento algo de uñas, y nada convencida de tener que cargar con él toda la vida. Guiada más por su furor que por su cabeza, a los pocos meses del parto, decidió poner un pleito a la clínica, reclamando daños y perjuicios por el "mal fin" de la intervención. Tardó tiempo en reaccionar y la querella siguió su camino.
Ya arrepentida, y contenta y agradecida por la criatura, a la que vio como un don de Dios, como los demás hijos engendrados, se olvidó de dar por terminada la acción judicial, y se vio un día sorprendida por la prensa, que hablaba de una sentencia judicial, condenando a un médico a pagar "daños y perjuicios", por "no haber prestado a la paciente los servicios requeridos".
No le cabía duda: la sentencia se refería a ella, a su hijo. Se arregló, y con Francesco -que no conocía todavía su historia- se dirigió a la clínica. El médico la recibió con afabilidad. Hacía ya algunos años que había abandonado ese tipo de "intervenciones quirúrgicas", y estaba dispuesto a saldar las cuentas de una vez por todas. Todo se arregló en un conmovido contemplar el fruto del "error", en una mutua petición de perdón, y en un ofrecimiento del médico para todo lo que la criatura pudiese necesitar en adelante.
Ni Marcela ni Petronille ni Francesco han oído hasta ahora hablar de los derechos del hombre: varón y mujer; pero han encontrado en sus cuerpos casi sin vida un espíritu vivificador, su alma inmortal que, más allá de todo derecho, clamó deseando realizar la misión que Dios les había confiado: vivir. Sus clamores han tenido eco y, una vez más, la vida pudo más que la muerte.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com