Tribunas

Razones del liderazgo de Argüello

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Luis Argüello en la Asamblea Plenaria de noviembre 2025.

 

 

 

 

En las primeras páginas de uno de los libros fundantes sobre los procesos de opinión pública en las sociedades contemporáneas, el escrito por Elisabeh Noelle-Neumann y titulado “La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social”, recuerda la investigadora berlinesa que la decadencia de la Iglesia en Francia, a mediados del siglo XVIII, estuvo ligada también a su silencio.

En palabras de Alexis de Toqueville, “los que seguían creyendo en las doctrinas de la Iglesia tenían miedo de quedarse solos con su fidelidad y, temiendo más la soledad que el error, declaraban compartir las opiniones de la mayoría. De modo que lo que era sólo la opinión de una parte… de la nación llegó a ser considerado como la voluntad de todos y a aparecer, por ello, irresistible, incluso a los que habían contribuido a darle esta falsa apariencia”.

Me acordé de esta cita del clásico de la opinión pública el martes pasado cuando escuchaba online el discurso inaugural de la Asamblea Plenaria de monseñor Argüello.

Durante no poco tiempo se ha hablado y escrito sobre la necesidad de un liderazgo en la Iglesia en España. Una temática recurrente que suele emerger cuando existe una carencia de ese liderazgo, o cuando se está construyendo un liderazgo alternativo en clave dialéctica. Procesos, por otra parte, similares a los que ocurren en determinadas instituciones, por ejemplo, los partidos políticos. Lean por favor a Robert Michels, amigo íntimo de Max Weber, el del liderazgo de fuente institución o carisma.

No hay más que leer detenidamente el discurso de monseñor Luis Argüello para percibir que el actual presidente de la Conferencia Episcopal Española, arzobispo de Valladolid, no lo olvidemos, es el líder que necesita la Iglesia en este momento.

Un liderazgo que ejerce con una mentalidad laical que se le sale por los cuatro costados, es decir, nada clerical, que nace de una experiencia en la vida política, social, cultural, que le acredita y avala sus reflexiones públicas.

Es cierto que la tendencia de sus intervenciones, bien construidas argumentalmente, con profundidad discursiva, alejadas de las ocurrencias y los tópicos melifluos al uso, tienden más a la perspectiva socio-cultural, con una brizna de tamiz espiritual, que a las teológicas o canónicas. Un tamiz de militancia eclesial y obrera en la línea del citado en este discurso Rovirosa, fundador de la HOAC, cuya mejor herencia la recibió Argüello del cántabro Julián Gómez del Castillo.

Pero esto no me parece lo más relevante. Cada uno es hijo de su historia eclesial e intelectual. Lo más destacable que tiene el discurso de don Luis, en sentido genérico, es su capacidad para romper, precisamente, con esa espiral del silencio sobre determinadas temáticas sociales y culturales que interpelan a la conciencia cristiana. Esa propuesta de ruptura es condición de la libertad de la Iglesia. De la libertad y de la verdad que propone.

Una libertad y verdad conjugadas que permitiría que dijéramos que sus discursos son de perspectiva 360.

Lo hace, además, desde una aseada práctica de lectura de libros recientes, de diversos autores, de diferentes procedencias intelectuales. Es esa pretensión de verdad y de libertad implícita en su juicio sobre la realidad lo que le convierte en un líder no sólo eclesial, también social, con fondo y forma, “suaviter in modo, fortiter in re”, que decían los clásicos.

Pongo dos ejemplos del parlamento de esta semana.

El primero de ellos referido al aborto. Señaló monseñor Argüello: “Como dice Matthieu Lavagna, a quien sigo en esta reflexión, el aborto sigue siendo hoy un tema espinoso y difícil de abordar en nuestra sociedad. Atreverse a hablar de ello en público se ha vuelto un tabú, casi una intromisión en la vida privada de las personas. Afirmar públicamente que el aborto es objetivamente inmoral, pues supone poner fin a la vida de una persona distinta de su madre y de su padre, es arriesgarse a escuchar fuertes descalificaciones personales, sociales y políticas…”.

Otro tema, su crítica al llamado “complejo tecnológico autoritario”, “que tiene en el vicepresidente James David Vance, converso católico, su enlace político. Con todo ello, emerge con fuerza el poder del dinero y de los algoritmos al servicio del dinero y del poder”, y que está relacionado, entre otros aspectos, con la preocupación del Papa León XIV con la aplicación de la Inteligencia Artificial a diversos ámbitos de la vida política, social y económica.

Una crítica que supera la habitual referencia de la contingente epidermis de juicio cuando establece la relación de este fenómeno con la crisis de la democracia, y de las relaciones entre la dignidad de la persona y el bien común, bases de la Doctrina Social de la Iglesia.

Podría seguir poniendo ejemplos de lo que significa la recuperación de una densidad discursiva de la propuesta de la Iglesia en la sociedad española que, esperemos, sea percibida adecuadamente en Roma.

 

 

José Francisco Serrano Oceja