Opinión

El Corazón del Rey

 

José María Alsina Casanova


Corazón de Jesús que procesiona en Valladolid el día de su fiesta.

 

 

 

 

 

Hace ahora 100 años, Pío XI publicó la encíclica Quas Primas, instituyendo la fiesta de Cristo Rey. En ella, el Papa quiso ofrecer el remedio para lo que denominó “la peste de nuestros tiempos: el laicismo”. Al instituir esta celebración, Pío XI deseaba llevar a plenitud un acto realizado por su predecesor, el Papa León XIII, en 1899: la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús. Si León XIII, con aquel acto que denominó “el más importante de su Pontificado”, había señalado el Corazón como refugio y restauración para la humanidad, Pío XI afirmó que ese mismo Corazón era el Corazón del Rey. Lo que comenzó como consagración culminó en proclamación: el Corazón que ama es el Corazón cuyo “reino no tendrá fin”.

En Quas Primas, Pío XI explica que Cristo tiene un señorío real sobre la humanidad no solo por ser Dios, sino por haber redimido con su sangre al género humano. Es decir: la realeza de Cristo brota de su Corazón traspasado. Su autoridad proviene del amor que se dejó herir, de la misericordia que venció al pecado y de la entrega que devolvió dignidad a la humanidad. Por eso, la devoción al Sagrado Corazón nos lleva a amar a Cristo con un amor sincero, desde la contemplación del origen mismo del Reino que Él ha venido a inaugurar: su Corazón abierto, fuente de vida.

Pío XI quiso recordar en Quas Primas que el Reino de Cristo se inauguró con la venida del Rey al mundo con su Encarnación y se culminará al final de la historia, pero su intención fue más allá. El Papa quería, con esta fiesta, recordar que Cristo quiere reinar en la vida de las personas y de los pueblos. Más aún, el Papa indicó, que Cristo debe reinar porque solo podríamos encontrar “la Paz de Cristo en el Reino de Cristo”.

En España, tenemos un testimonio conmovedor de la vinculación de estos dos misterios: el Corazón de Jesús y Cristo Rey. En 1919, el Rey Alfonso XIII consagraba la nación al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe). Este acto fue precedido por una campaña de consagración de miles de familias al Corazón de Jesús dirigida por un apóstol incansable, el P. Mateo Crawley, religioso de los Sagrados Corazones, cuyo proceso de beatificación está a punto de iniciarse. Muchas de aquellas familias consagradas al Corazón de Jesús en nuestra patria recibirían al cabo de unos años el mejor de los frutos en el sacrificio martirial de sus hijos, quienes, por amor al Corazón de Cristo y perdonando a sus agresores, murieron al grito de Viva Cristo Rey.

Reconocer la realeza de Cristo no es imaginar un trono celeste distante, sino comprender que el poder más profundo del universo es un Corazón abierto. El gesto de Pío XI no fue un acto protocolario, sino una afirmación audaz: el mundo pertenece a Cristo porque pertenece a su amor. Un amor que vence sin violencia, gobierna sin imponer y reina desde la entrega.

Por eso, cuando la Iglesia celebra a Cristo Rey, lo hace invitando a mirar a ese Corazón del que todo procede. Un Corazón que consuela, fortalece y que, en medio de las pruebas de la historia, nos impulsa a servirle y amarle sin desfallecer ante la espera gozosa de su triunfo. Porque el Corazón del Rey es un Corazón que ama reinando y que reina amando. Celebremos este Domingo la fiesta de Cristo Rey renovando la consagración a su Sagrado Corazón de nuestras personas, familias y comunidades.

Para ayudaros a profundizar en este misterio de la relación entre el Corazón de Jesús y Cristo Rey os invito a que veáis este magnífico documental que os dejo en este link.