A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA PARÁBOLA DE LA HIGUERA SIN FRUTO

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 29.02.2016


La Palabra:

                Jesús les contó esta parábola: Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, y fue a ver si daba higos, pero no encontró ninguno.  Así que le dijo al hombre que cuidaba el viñedo: “Mira, por tres años seguidos he venido a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala, pues; ¿para qué ha de ocupar terreno inútilmente?”  Pero el que cuidaba el terreno le contestó: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle abono.  Con eso tal vez dará fruto; y si no, ya la cortarás" (Evangelio de San Lucas 13, 6-9)

               

La Reflexión:

                No es fácil comprender este comportamiento de la piedad, en un mundo en el que se aviva la crueldad en vez del afecto, la intransigencia en lugar de la comprensión. Ciertamente, hoy ser misericordioso nos cuesta, en parte por esta atmósfera de frialdades que todo lo juzgan y nada se perdona. Consecuentemente, será bueno que reflexionemos sobre esto, ya que...

Nos cuesta pedir perdón.
Nos cuesta que nos perdonen.
Puedo perdonar, pero no olvidar.
Como si el olvido nos yaciese lo vivido.
A falta de perdón, deja venir la vergüenza.
Que sonrojarse es recoger los mimos de Dios.

                Dejemos de activar nuestros miedos sobre lo que piensen los demás, preocupémonos por nosotros e interesémonos por nuestra verdadera conversión. No hay nada más sublime que dejarse acariciar por el Creador de nuestras vidas. Cuando el Señor viene a buscar frutos acordes con el plan de Dios, es necesario morir y reconocerse impenitente. Avergonzarse ante Dios y esta vergüenza es una gracia: es la gracia de ser mortales. "Soy pecador y me avergüenzo ante Ti y te pido perdón". Es sencillo, pero es tan difícil decir: "He pecado". (Cf. S.S. Francisco, 17 de marzo de 2014, homilía en Santa Marta). Por tanto...

El Salvador perdona siempre.
Cuando en verdad se pide perdón.
Pues tampoco precisa dedos acusadores.
Sólo defiende al pecador de los contrarios.
Lo hace con gran amor y por amor nos ampara.
No se cansa de absolvernos, no se cansa de amarnos.

                Ciertamente, nosotros somos su fruto y estamos llamados a ser simiente, o sea, a ser fecundos en la vida en unión con Jesús. Y en esto, no hay mayor fecundidad que el amor de amar AMOR; un signo de la madurez cristiana. Así, prestemos atención...

Donarse es convertirse.
La conversión nos converge.
Concentrado el amor todo es verso.
Un verso sin palabras, pero con corazón.
Un corazón con verbo y un verbo que se conjuga.
Y son estos frutos de vida, latidos que nos dan el cielo.

                Jesús con esta parábola nos está hablando de un Dios paciente y misericordioso, indulgente y resignado. Indudablemente todos estamos llamados a dar fruto, como la higuera plantada en la viña, que a pesar de no darlo, el viñador pide al amo que no la corte y la deje un año más, proponiendo cavarla y abonarla, para que tenga vida y la tenga en abundancia. También nosotros necesitamos...

Como la higuera requerimos cuidados.
Alimentarnos de la palabra para ser Palabra.
Beber de la plegaria para ser espigas del Creador.
Dios sabe convidarnos, espera paciente nuestra conversión
Dios sabe saciarnos, espera paciente que no le abandonemos.
Su convite nos pone alas para no ser leña del fuego y ser ola de luz.

                Cada Cuaresma, precisamente, es ese tiempo de gracia que pide el viñador - Jesús- para aguardar un año más, y poder ser esa luminaria que en lugar de consumirse, nos alumbre eternamente. No perdamos este tiempo de penitencia favorable para la transformación del alma. Pidámoslo por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38). Justamente, por esto…

Nuestra alianza con Dios es un poema perfecto.
El pulso más tierno y la pausa más enternecedora.
Para examinarnos cada cual consigo y con el Padre.
Un modo de despertar nuestra conciencia y de crecernos.
Una historia de pasión y compasión, de ternura y devoción.
Tan solo hay que dejarse amar, amando sin mesura y convicción.

                En efecto, este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios que derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En este sentido, a través de esta parábola de una higuera que resulta estéril; pero que aún así, se intenta pacientemente no perder la ocasión para el cambio interior, a pesar de nuestra pereza espiritual muchas veces; y, de esta manera, corresponder al amor de Dios con nuestro amor de hijos suyos.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
26 de enero de 201
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