COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO

 

LA EVIDENCIA OMNIPOTENTE NOS ACERCA A LA LUZ

 

 

“La llegada del Salvador, a este orbe de falsedades mundanas, establece la opción de tomar las tinieblas y condenarse, o de elegir el resplandor de lo auténtico como un trovador de albores y liberarse. A golpe de corazón se ampara la estela del verso para sentirse poema, desposeído de penas y poseído de anhelos. Es un modo de recogerse y acogerse, de avivar la pasión y de activar la compasión”

 

 

 

Víctor Corcoba Herrero, Escritor | 09.03.2024


 

 

 

I.- PREVIO OBSERVARSE DESDE UNO MISMO;
NOS TOCA CULTIVAR EL PROPÓSITO DE ENMIENDA

Cristo ha venido a nosotros como guía,
para abrir los ojos del hombre a la vida,
para hacerlo a la claridad de la certeza,
para que seamos palpitación fidedigna,
testigos afines vinculados al Evangelio.

Aguzar los sentidos es nuestro ejercicio,
aunque el Redentor no piensa en culpas,
sino en el efectivo y afectivo don eterno,
que nos ha citado para cohabitar con Él,
y nos ha llamado para el gozo del reino.

Reconocerse uno mismo es tarea propia,
dejémonos entrar en sanación por Jesús,
que puede y quiere darnos el sol celeste.
Recojamos y acojamos la real concordia,
y confesemos nuestra sepulcral ceguera.

 

 

II.- PREVIO QUERERSE A UNO MISMO;
NOS ATAÑE CAUTIVAR LO QUE SE NOS OFRECE

Nadie puede amarse si antes no se ama,
como tampoco puede hallarse sino vive;
porque vivir es reconocerse y atenderse,
entrar en donación consigo y los demás,
donarse a un talante de acogida fraterna.

Como prenda de amor ahí está el Señor,
ha de ser nuestro referente y referencia,
fuente de claridad y escuela de energía,
que nos transfiere a bucear mar adentro,
a renunciar las caídas y regresar a Dios.

Es la prueba del amar lo que nos purga,
lo que nos reprueba a obrar en quietud,
lo que nos forja a rehuir de las tinieblas,
a mirarse en el Crucificado y a percibir,
este tiempo de meditación y de relación.

 

 

III.- PREVIO CONCILIARSE CON UNO MISMO;
NOS CONCIERNE PLANTAR EL ÁRBOL DE LOS SUEÑOS

No hay conciliación sin reconciliación,
tampoco comunión sin unión de pulsos,
y mucho menos latidos sin compasión.
Celebremos la revisión del yo reunidos,
y unámonos con fe al brío de la caridad.

Quien no estima al hermano de verdad,
se separa de la mística del propio soplo,
y no venera ni reverencia a su Hacedor,
camina distanciado de la unidad del ser;
vive para sí, de sí mismo, encumbrado.

Sea el destello divino que nos ilumina,
el que nos haga pensar sobre el período,
saborear sobre los frutos pacificadores,
hasta recrearnos en el asombro del día;
con el encuentro del ser, reencontrado.

 

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
09 de marzo de 2024