Cartas al Director

Los charlatanes

 

“La política es el paraíso de los charlatanes”
George Bernand Shaw

 

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 19.05.2014


En más de una ocasión me he referido al tinglado de la antigua farsa en que se ha constituido el mundo de la política, esperpéntica tragicomedia que alcanza su más alta expresión en período electoral.

Cuando llegan esas épocas, indefectiblemente retrocedo en el tiempo y me parece estar viviendo escenas de las que todos aquellos que hemos presenciado la llegada de la primavera más veces de lo que podemos recordar, hemos sido testigos.

Las apariciones en público de los políticos durante las campañas electorales, acompañadas de sus edulcoradas proclamaciones, me recuerdan a los antiguos charlatanes de la posguerra.

De modo similar al que los políticos llegan hoy a un lugar que jamás han pisado y a nadie conocen, repartiendo fingida llaneza y afectada simpatía por doquier, montan su tenderete y con el mayor desparpajo son capaces de prometer una estación de esquí en mitad del océano, el charlatán, acompañado de sus viejas maletas cargadas de abalorios, cual alquimista que ilusoriamente hacía posible lo imposible, llegaba a una plaza pública, montaba sus trastos y mediante una cascada de estudiada y embaucadora verborrea, ofrecía oro a precio de plomo.

Su oferta abarcaba desde crece pelos de efectos mágicos, peines irrompibles que al pasar el dedo por las púas saltaban todas por los aires, dentífricos que proporcionaban una dentadura cautivadora, cremas que lo mismo eliminaban los callos, que las arrugas o los piojos, mantas de borra que pesaban más que una losa pero que te dejaban más frío que si estuvieses metido en la fresquera que daba al patio de tu casa, medias irrompibles que duraban toda la vida que no aguantaban más de una puesta y los más variopintos artículos milagrosos, siempre “a precios de ganga”, que pregonaban más o menos de esta manera.:

“Vean ustedes esta maravillosa maquinilla de afeitar, último adelanto de la ciencia internacional, que convertirá el suplicio del afeitado en una caricia para su piel. Pues a quien me compre este fabuloso adelanto de la ciencia, no se va a llevar solo la maquinilla, sino que además le voy a regalar este paquete de prodigiosas hojas de afeitar por el mismo precio, pero es más: a los diez primeros que sean capaces de apreciar esta maravilla de la técnica y me la compren, les voy a regalar la brocha para enjabonar la cara que convertirá su afeitado en un auténtico deleite, y como el juego no estaría completo, como obsequio de promoción se llevarán también sin costo alguno, este recipiente cromado para el jabón de afeitar. Y por todo ello, no les voy a cobrar ni cincuenta, ni veinticinco, ni quince pesetas. Este maravilloso lote de utensilios para su afeitado caballero, se lo podrá usted llevar a su casa por la insignificante cantidad de 10 pesetas. Toda una maravilla de la técnica moderna por solo dos duros señores. Anímense y no pierdan esta ocasión única”.

Normalmente solían llevar un compinche que era el encargado de romper el hielo y hacer la primera compra, naturalmente ficticia. Posteriormente, siempre había quién picaba. Las compras se iban incrementando ya que la ingenuidad de unos contagiaba al deseo de los otros, y como aquel charlatán, al día siguiente había puesto tierra de por medio; pues imaginen el chasco de los incautos compradores cuando comprobaban que por vino, les habían dado vinagre.

Escenas como las relatadas, habrá muchos a quienes les resulten insólitas por no haberlas vivido. Sin embargo, los personajes, las posturas de los mismos y sus hechos ¿No les resultan familiares?

Como las ciencias adelantan que es una barbaridad, como decía el inolvidable Miguel Ligero interpretando al don Hilarión de La verbena de la Paloma, los charlatanes ya no vienen del Levante mediterráneo en sus viejas y desvencijadas tartanas. Ahora, como las malas hierbas que no dejan desarrollarse a la planta a la que asfixian robándole el agua y el oxígeno que necesita para vivir, aparecen por doquier, descamisados y por supuesto sin corbata, pero en coches de alta gama costeados por el dinero de nuestros bolsillos, ofreciéndonos a cambio de nuestro voto, hacernos señores de la ínsula Barataria con la que soñaba Sanchopanza o una luminosa y dorada playa en la colina más alta del pueblo. Puestos a ofrecer ¿Qué más da lo que prometamos? A fin de cuentas, si como dijo el extinto alcalde socialista de Madrid, Tierno Galván, “Las promesas políticas se hacen para no ser cumplidas”. Pero como decía el filósofo: “¿Qué vale la razón contra una garganta embaucadora y engañanecios?”

Los charlatanes de entonces y los que ahora nos hacen tan mágicas promesas, a mí me parecen los mismos perros con distintos collares. Se diferencian en que los de antes sudaban la camiseta. ¡Vaya si la sudaban! Además eran buenos en su oficio; los mejores embaucadores del momento. Los de ahora, ya no les llamamos charlatanes, les distinguimos con el nombre de políticos, la mayoría son los más ineptos; los que se morirían de hambre si en la calle tuvieran que vender un panecillo a alguien que tuviese intención de comprarlo.

Para los partidos políticos, los peores son los mejores. Así no piensan por su cuenta y no plantean problemas. La palabra del jefe es mandato divino. Y a esos son a los que aclaman millones de indigentes ilustrados y cerebros desnortados.

Ante este panorama, no es de extrañar que sean muchos los desilusionados que no quieran saber nada de personas de tan distinguida reputación.

Pero ya lo dijo Platón hace 2-500 años: “El precio de desentenderse de la política es el de ser gobernado por los peores hombres”.

César Valdeolmillos Alonso