Cartas al Director

¿Es la democracia el último logro posible en materia de gobierno?

 

“Se supone que la democracia te da la impresión de que tienes opción, como entre analgésico X y analgésico Y. Pero los dos son sólo aspirinas”
Gore Vidal
Candidato al premio Nóbel de literatura

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 01.06.2014


Con frecuencia nos lamentamos de las vicisitudes con las que hemos de enfrentarnos en los distintos momentos que rodean nuestra existencia, las comparamos con otras anteriores y acostumbramos a ponerles etiquetas como mejores o peores, felices o desventuradas, tranquilas o turbulentas.

¡Que equivocados estamos! Las épocas son fragmentos de eso que llamamos tiempo y el tiempo es un ente inanimado y vacío al que nosotros damos vida y significado con nuestras palabras, hechos y actitudes.

Hay un cuento del psicoterapeuta argentino Jorge Bucay en el que una persona que ha tenido noticia de la existencia de un lugar donde alcanza la felicidad, lo deja todo por dirigirse al mismo. El camino —su propia vida— lo encuentra lleno de obstáculos y dificultades, cada vez más difíciles y a veces, aparentemente insuperables.

Finalmente, al llegar a lo que había cifrado como la culminación de todos sus anhelos, descubre un gigantesco muro frío y húmedo que rodea la ciudad de sus sueños, sin puerta de entrada alguna e imposible de salvarlo.

Desanimado y abatido se sienta a los pies del muro y de pronto ve a un niño que le mira como si le conociera de toda la vida. Es él mismo... cuando era niño.

El protagonista de esta historia, en voz alta, pregunta al niño:

- ¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?   

El niño se encoge de hombros y le contesta:

- ¿Por qué me lo preguntas a mí? Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras... Los trajiste tú.

La historia de Bucay trata de decirnos que los problemas no existen por sí mismos. Los generamos nosotros.

Desde hace años, por distintas causas, los españoles vivimos desilusionados, frustrados y hasta —en no poco casos—, comprensiblemente desesperados por las consecuencias que se derivan de los hechos de aquellos a quienes votamos cada cuatro años.

La imagen de la España actual nos hace sentirnos sorprendidos, desorientados, confusos, temerosos y sobre todo, avergonzados de nosotros mismos.  

Emulando a Estanislao Figueras, primer presidente de la primera República española, la mayoría de los españoles tenemos motivos más que suficientes para gritar como él lo hizo tras las estériles disquisiciones de sus señorías ante una situación similar a la que actualmente atraviesa España:

-         Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!

Sin embargo, parece que no somos conscientes de que el gobierno es una extensión de nosotros mismos. Los mandatarios de nuestra democracia, no son un agente extraño y ajeno a nosotros. Salen de nuestros barrios, de nuestras casas, compramos en el mismo supermercado, a veces, incluso hemos estudiado codo con codo con ellos en el mismo pupitre y finalmente les votamos libremente.

Esta realidad tiene como consecuencia inevitable el que un miembro del parlamento no puede ser más incompetente ni más honorable que aquellos que le han votado.

El escenario descrito no le resta legitimidad a la democracia; sin embargo sería pecar de utópico pensar que el uso que se haga de esa legitimidad sea el verdaderamente esperado mientras escasee el conocimiento y abunde el fanatismo ideológico que aspira a imponer un modo de vida al margen de los verdaderos intereses de la comunidad.

Uno de los problemas de la democracia es que obliga a aceptar todas las opiniones, aunque todas las opiniones no sean aceptables

A pesar de todo ello, la democracia constituye un sistema político complejo por cuanto la misma se asienta sobre la existencia de diferentes pluralidades en antagónica  competencia.

Extrema izquierda, socialistas, socialdemócratas, liberales, demócratas cristianos, nacionalistas, extrema derecha han de convivir en comunidad.

Con su habitual agudeza e ironía, George Bernard Shaw decía que la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección debida a una mayoría incompetente.

Quizá sea por esta razón por la que la democracia solo sería perfecta si los electores se preparasen para pronunciarse con conocimiento de causa de lo que hacen y las consecuencias que de sus actos habrán de derivarse, para la comunidad y para ellos mismos. Por lo tanto, la calidad de la democracia de un país, dependerá del nivel de formación de sus electores.

Mucho dicen de la calidad de nuestra democracia los acontecimientos ocurridos en los últimos días tras las pasadas elecciones, y especialmente, después de la bochornosa actitud de decenas de miles de españoles pitando —quieran o no— a su propio himno nacional y al Jefe del Estado, ante la pasividad de unos poderes públicos que estaban advertidos de lo que iba a ocurrir y no han tomado la menor medida para evitarlo. Algo insólito en una nación avanzada como la nuestra y que demuestra, que después de tres mil años intentando construir España, aún continuamos tirando piedras a nuestro propio tejado.

En cualquier caso, me resisto a creer que la democracia, tal como la conocemos, sea el último logro posible en materia de gobierno ¿Hemos llegado a la cima del reconocimiento y organización de los derechos del hombre? Nunca podrá haber un Estado realmente libre, sólido y estable hasta que no reconozca al individuo como poder superior independiente del que se deriva por medio del voto depositado en las urnas, la autoridad que ostenta.

César Valdeolmillos Alonso