Cartas al Director

Desmantelando España

 

“Más fácil es reprimir la primera codicia que satisfacer la próxima”
Benjamín Franklin
Político y científico estadounidense.

 

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 25.09.2017


 

 

En la medida de lo posible, prefiero reflexionar sobre temas de interés humano que afecten a la vida privada y singular, que es con mucho lo más importante, y eludir nuestras querellas cainitas, las constantes aspiraciones disgregadoras de algunos y el nauseabundo olor de la putrefacta e hipócrita política española.

Sin embargo, no sería sensato esconder la cabeza como el avestruz y fingir que la realidad que nos rodea no existe.

Ante el desafío separatista de una parte de Cataluña, a nadie se le oculta, que España está viviendo unos momentos críticos de muy difícil solución, problema que produce la natural zozobra por el futuro de nuestra convivencia, que por muy animosos que queramos ser, no logramos atisbar, al menos a corto plazo.

Pero es que la deriva de no pocos políticos españoles no se puede llegar a comprender, si no es porque esté inducida por un premeditado deseo de destruir el país.

El concepto de España no debería constituir problema alguno. Por el contrario, debería ser la constatación de una maravillosa realidad diversa, que teniendo en cuenta sus anteriores experiencias históricas y sus terribles consecuencias, rechaza estremecida cualquier idea desintegradora, y aspira a seguir creciendo desde la solidaridad. Una nación sólida y vigorosa, nunca llegará a serlo, si no es mediante el fruto de la fecunda actividad común de los hijos que la integran.

En el momento presente y en el futuro, la imagen que España deberá ofrecer al mundo exterior, deberá sustentarse precisamente en su pluralidad como principal fuerza impulsora de sus valores, la fortaleza de nuestra cultura y la diversidad de nuestros territorios y paisajes.

Todas las expresiones de nuestro país han de operar a modo de partículas de una poderosa energía de atracción que muestre al mundo la riqueza de nuestra cultura, nuestro genio creador y un coherente modelo de convivencia, porque estos son los pilares sobre los que se ha de asentar el fecundo patrimonio histórico de España, realidad tangible con los que nuestra civilización ha contribuido irrevocablemente al progreso de la humanidad en el transcurso de los tiempos.

Debemos sentirnos orgullosos de nuestra realidad histórica y proclamarla a los cuatro vientos para realzar su poderosa imagen en todo el mundo.

El caso es, que en contra del criterio de una inmensa mayoría de españoles, los partidos políticos y movimientos extraparlamentarios, solo actúan con la mirada puesta en la rentabilidad electoral que puedan obtener con cada una de sus tomas de posición.

Tengo claro, que el Gobierno de la nación, está actuando —ahora— con prudencia, rigor y sentido de la proporcionalidad ante el desafío separatista de las autoridades autonómicas de Cataluña.

Tengo claro, que los individuos secesionistas que han abierto una fractura social en Cataluña, saben que el referéndum del uno de Octubre no se va a celebrar, que no van a proclamar la independencia, y por eso, cobardemente, poco a poco se van quitando de en medio según se va aplicando la Ley a cada uno de ellos, lo que no es obstáculo, que para seguir manteniendo las expresiones de odio a España, animen a los más incautos a que sigan dando la cara por ellos, sin importarles las consecuencias que los mismos hayan de pagar después.

Y es que en la esencia del nacionalismo catalán, solo subyace la avaricia delictiva de su alta burguesía y su deseo de mantener la hegemonía económica y social sobre el resto de los ciudadanos que viven en Cataluña. Para lograr sus objetivos, utilizan a quienes no habiendo hecho nada productivo para la sociedad, se arriman oportunistamente a su bandera, para vivir como nunca hubieran podido soñar, práctica que también ejercen la mayoría de las formaciones políticas. Este conjunto de indeseables oportunistas, son los que adoctrinan y manipulan las conciencias de niños de doce y trece años y a los irreflexivos ingenuos a quienes arengan para que se manifiesten en la calle con la pretensión de hacer creer, que unos cuantos miles, son la expresión de la voluntad de todo el pueblo catalán.

Creo que pocos serán los que ignoren que, con motivo de la celebración de la Díada en Cataluña, y bajo el lema "Ni España ni Francia, Països catalans", este año se quemaron las banderas de España, Francia y la Unión Europea, ante la pasividad de las autoridades nacionalistas y de los Mozos. A contemplar acciones de este cariz, nos hemos acostumbrado cada año, lo que no deja de tener suma gravedad. No conozco ningún país en el que se lleven a cabo acciones semejantes y sienta menos afecto y respeto por sus símbolos, que España.

Tengo también claro que esta amalgama de intereses, en la que de forma activa o por incomparecencia del Estado durante casi cuatro décadas, han participado y algunos siguen participando, han dado lugar a la creación de un sentimiento antiespañol que será muy difícil de erradicar —si es que se logra— en generaciones, porque los sentimientos, difícilmente obedecen a la razón. Hasta tal extremo esto es así, que los nacionalistas sostienen la aberración de que los jueces deben estar subordinados a los dictados del Parlamento Catalán,  como única fuente de Derecho y de Ley.

Claro que algo parecido ocurrió en el parlamento español, cuando los partidos se repartieron las cuotas que les otorgaban su representación parlamentaria, para proveer las plazas del Consejo General del Poder Judicial.

Como me recuerdan estas manifestaciones a las que se hicieron en el Reichstag, el parlamento alemán, en la época nazi de Hitler.

La ausencia de respeto a la Ley crea en el ciudadano español y en él entorno internacional, una grave preocupación fundamentada en la inseguridad y la falta de solvencia política y económica, hasta el punto de que Obama calificara a España, junto con Italia, el problema más grave que tiene planteado la Unión Europea.

Mientras Maciá Alavedra, exconsejero catalán de Economía y lugarteniente de Jordi Pujol, reconocía en su declaración en la Audiencia Nacional, como acusado en el juicio de Pretoria, haber cobrado comisiones del 4% junto con el exsecretario de Presidencia de la Generalidad, Lluís Prenafeta, por intermediar para que empresarios recibieran adjudicaciones públicas, utilizando para ello sus relaciones con políticos, mientras miles de familias se han visto arruinadas porque solo pensaban en llenarse los bolsillos en vez de trabajar para quienes dicen servir y defender;  mientras destruían una buena parte del tejido empresarial de Cataluña; mientras arruinaban las posibilidades de futuro de sus ciudadanos, sus hijos y sus nietos, los separatistas catalanes solo se preocupaban de enriquecerse a costa de nuestro dinero, exigiendo a empresas y ciudadanos comisiones, y subiendo tasas e impuestos, para cometer sus golferías políticas.

¡Y estos son los que se quieren separar de España, porque España les roba!

Y a estos son a los que cuarenta millones de españoles, vamos a tener que seducir, conformar y aplacar a partir del día 2 de octubre, porque aunque el referéndum no se celebre, ellos seguirán en su empeño. Y al final, la seducción se plasmará en una reforma de la Constitución que consagre sus ruines y delirantes apetencias que pagaremos el resto de los españoles; una reforma que sacrificará a unos para seguir enriqueciendo a otros; una reforma que perpetuará privilegios para los menos y prolongará las carencias de los más; una reforma que despertará al monstruo del egoísmo insolidario entre españoles, porque unos pocos enarbolan la bandera de su “hecho diferencial”, algo que ni ellos mismos saben lo que es.

Pues si a eso vamos, no conozco ningún lugar de España, por pequeño y humilde que sea, que no tenga su “hecho diferencial”.

Unos y otros, los azules y los coloraos, los moros y cristianos; los marrajos y californios, son una cuadrilla de golfos embaucadores analfabetos y demagogos.

Y me refiero a todos cuantos han tenido en sus infames manos el destino de nuestras vidas en los últimos cuarenta años.

Todos, por incompetencia, desvergüenza, egoísmo o cobardía, son culpables de que España cause hoy asombro y perplejidad en todo el mundo.

Pero lo que más me subleva es su prepotente altanería, su permanente obstinación y el miserable menosprecio que hacen de la inteligencia de todos nosotros: los que les hemos votado y los que les rechazamos en el fondo de nuestras conciencias.

Cuantas matanzas y destrucción; cuanta miseria y desdicha han causado a la humanidad los visionarios, los fanáticos, los iluminados, los resentidos y todos aquellos que han pretendido cambiar el curso de la historia.

Cuando tenía pocos años, contemplé fascinado todo el proceso de demolición de un edificio contiguo al que yo habitaba. En aquella época, las herramientas de que disponían los trabajadores de la construcción, no iban mucho más allá de pico y pala.  La faena era laboriosa porque además había que aprovechar los materiales que se desmantelaban. Reciclarlos que se dice ahora. Mientras unos retiraban las tejas, otros desmontaban ladrillo a ladrillo los tabiques, otros las solerías y así con cada uno de los elementos del edificio. El caso es que según pasaban los días, podía comprobarse —con un cierto sentimiento de tristeza— como iba desapareciendo lo que la vetusta edificación que hasta entonces había sido, y quedaba convertida en un arenal de escombros.

Cuanto me recuerdan estas imágenes a lo que algunos de nuestros políticos, están haciendo con España.

¡Dios mío! Unos y otros, que a diario jugáis con nuestras vidas… ¡Que miedo me dais!

 

César Valdeolmillos Alonso