Cartas al Director

 

Su última fortaleza

 

 

“Enfrentar raza contra raza, religión contra religión, prejuicio contra prejuicio. ¡Divide y conquistarás! No debemos permitir que eso suceda aquí”

Eleanor Roosevelt

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 24.01.2023


 

 

En la película “La última fortaleza”, un general con un historial militar que le ha propiciado un legendario prestigio, es objeto de un consejo de guerra, en el que tras declararse culpable de haber cometido un error que costó la vida a ocho de sus hombres, es desposeído de su rango, y condenado a cumplir condena en una prisión militar de máxima seguridad.

La penitenciaría es toda una fortaleza, que con mano de hierro, está dirigida por un coronel, que para mantener la disciplina, no duda en aplicar medidas execrables, incluso saltándose para ello el código de justicia militar, métodos que no comparte el general allí prisionero, lo que le acarreará la antipatía del alcaide.

En el enfrentamiento de ambos personajes, lo que subyace es el complejo de inferioridad de un militar de rango inferior que jamás ha entrado en combate, que para hacer valer la autoridad que le confiere ser el máximo responsable de la prisión, no duda en utilizar al general prisionero como figura ejemplarizante de sus brutales métodos.

La escalada de desproporcionadas e injustificadas represiones con los militares que en aquella cárcel cumplen condena, hacen que el general, apoyado por los demás prisioneros, llegue a la conclusión, de que la única solución del problema, es desposeer de su cargo al psicópata militar, y despojarle del mando. Para lograr su objetivo habrían de tomar el control de la cárcel, operación que debería culminar con el enarbolamiento de la bandera boca abajo, como símbolo de petición de ayuda por haber perdido el control de la institución penitenciaria.

La empresa no era nada sencilla porque aquella cárcel era toda una fortaleza, concebida, no para impedir la entrada que es para lo que se concibieron las fortificaciones, si no para impedir la salida de la misma.

En cualquier país, la bandera es un símbolo poco menos que sagrado. Simboliza el compendio de su historia, de su ser y su sentir, su identidad y sus raíces, lo que une a todos sin distinción. Por eso, generalmente, en todas partes es amada y respetada. Bueno, en todas partes menos algunas excepciones como las comunidades autónomas vasca y catalana de España, en las que una parte de la sociedad, la odia y la ultraja impunemente por la medrosa incomparecencia, cuando no encubierta colaboración de los gobiernos de la nación.

Según se utilice, la bandera tiene su propio lenguaje. Una bandera a media asta, significa un sentimiento de luto, duelo, dolor. En términos militares, una bandera invertida, es decir, puesta boca abajo, significa rendición, que la plaza ha sido tomada, que el adversario o enemigo ha sido derrotado, y en términos diplomáticos, ni siquiera se contempla el caso por ser un gesto inadmisible entre países que mantienen una relación de amistad. Una acción así, se consideraría una provocación; una ofensa. En definitiva, sería un acto de desprecio y dominio por parte de quien lo perpetra, y de humillación y sometimiento para quien lo tolerara.

Esta situación se dio en la primera sesión plenaria de la cumbre de la OTAN el pasado mes de junio, con la bandera situada en el lugar designado al presidente del gobierno español. Simplemente se trató de un error humano que inmediatamente subsanaron los servicios de protocolo de la organización, desacierto por el que pidieron excusas.

El episodio recuerda al vivido durante la visita de Sánchez a Rabat en una cena con el rey de Marruecos, Mohamed VI, cuando la bandera de España también pudo verse con el escudo al revés.

Es cierto que fuentes diplomáticas marroquíes adujeron posteriormente que se trató de un error involuntario de protocolo, pero que se sepa, no pidieron excusas como ocurrió con el cometido durante el arranque de la cumbre de la OTAN.

En política las cosas no ocurren porque sí, y menos en lo que se refiere a las relaciones exteriores, campo sembrado de minas, en el que no existen los amigos, y solo imperan los intereses comunes o arrojadizos. No es un secreto cuales son los intereses y aspiraciones de Marruecos con respecto a los territorios españoles de Ceuta y Melilla y el control del estrecho.

En 2001, siendo Zapatero jefe de la oposición, viajó a Marruecos sin autorización del Gobierno, viaje que pudiera ser considerado como desleal a su propio país, al fotografiarse en el despacho de Mohamed VI con un mapa de Marruecos que incluía las Islas Canarias, Ceuta y Melilla.

No contento con esa vejatoria acción, casi catorce años después, tras haber sido desalojado de la Moncloa por las urnas, este prohombre de la interculturalidad y del diálogo, en una nueva y extemporánea visita al país alauita, volvió a fotografiarse junto a otro mapa de Marruecos que esta vez mostraba como propio, todo el territorio del antiguo Sahara español —el mismo que Sánchez, sin explicación alguna, traicionando al pueblo saharaui, dinamitando nuestras relaciones con Argelia, nuestro principal suministrador de gas, con quien manteníamos importantes relaciones comerciales, y contraviniendo la resolución de la ONU, le ha entregado a ese gran amigo de España, que en presencia de un representante español, muestra un mapa, en el que seguramente, por un error involuntario, no había ni rastro de Ceuta y Melilla.

Si yo fuera mal pensado —que no lo soy— podría pensar que existe un hilo conductor en todas estas actuaciones que atentan contra los propios intereses españoles, pero sería un despropósito por mi parte pensar así de un PSOE que se enorgullece de respetar la Constitución; que no se cansa de reivindicar su respeto a la ley; que dice luchar denodadamente por la igualdad entre todos los españoles; que se afana con desvelo por promulgar leyes que protejan a las mujeres de sus agresores; que ayuda con sus medidas a los más desfavorecidos; que según las estadísticas oficiales está reduciendo el paro; que según promesas de su propio presidente del Gobierno, jamás pactaría con el populismo comunista, ni con los herederos de los asesinos de ETA; que se comprometió a sentar ante la Justicia española a ese valiente defensor de los derechos del pueblo catalán, que según las lenguas viperinas, tras su frustrado golpe de Estado del 1-O, huyó de España en el maletero de un coche.

Al igual que el coronel de “La última fortaleza”, tendría yo que tener patológicamente alteradas mis facultades mentales, si por un momento pensara del PSOE —ni de ninguno de sus miembros, incluidos los juzgados y condenados en firme— que premeditadamente laboran en contra de los intereses españoles.

Pero volviendo al contexto de la película de referencia, y en un ejercicio de comparativa y delirante ensoñación, resulta que podríamos encontrar en la misma una muy aproximada similitud con la actual situación española.

Verán:

La prisión fortaleza podríamos imaginar que es España.

La población reclusa, podríamos suponer que es el pueblo español.

Las torres desde las que se vigilaba y dominaba a los presos, podrían ser las comunidades autónomas en poder del PSOE, y algunas capitaneadas por el PP, que no se sabe muy bien a qué juegan.

El puesto de mando de la prisión podríamos pensar que es La Moncloa.

El cargo del coronel al mando de la prisión, por comparación de responsabilidades, sería obligado equipararlo al de Pedro Sánchez, presidente del gobierno.

El condenado que fuera sargento mayor y que se arriesga a recibir un disparo desde alguna de las torres de vigilancia, porque es fiel a la responsabilidad del que fuera su graduación, bien podría ser Ayuso.

Lamentablemente hay dos figuras que no encuentro para completar la semejanza de la ensoñación. El capitán de las fuerzas encargadas de guardar el orden en la fortaleza, y que ante la locura del coronel es capaz de desobedecer sus órdenes en el último momento, y la ausencia del general capaz de arriesgar su vida (política) por amor a su país.

Pero la rebelión de los presos en la película, podría asemejarse a la multitudinaria manifestación celebrada recientemente en Madrid, dado que ante ausencias tan importantes como las del capitán que se niega a cumplir las órdenes del enloquecido coronel y el general que encabeza la protesta, ha sido la sociedad civil la que se ha visto obligada a tomar la iniciativa para pedir el relevo del mando en la fortaleza, y lo ha hecho de manera tan masiva e inequívoca, que podría hacer posible que este fuese el principio del fin de la caída del coronel en su última fortaleza,

 

 

César Valdeolmillos Alonso