Fe y Obras

Cuando la ley es intrínsecamente perversa

 

 

25.09.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Desde que el ser humano se desvinculó del estado salvaje y empezó a darse normas de conducta social, han pasado muchos siglos. Y podemos decir, sin temor a equivocarnos, que no todas han sido positivas y que muchas de ellas debían haber caído en el foso del olvido y no haber sido aplicadas.

Sin embargo, el hombre, creación de Dios y semejanza suya, tiene un sentido del poder algo avaricioso y egoísta. Por eso que hayan habido voluntades de control social o de dominio del poder por el poder no es nada raro ni nos causa extrañeza. Y es que somos así…

Pues bien, el ser humano puede llegar hasta extremos insoportables e intolerables cuando legisla. Además, si se apoya en la legitimidad que dan las urnas y los votos obtenidos pudiera parecer, en expresión popular, que todo el monte es orégano y que todo puede salir gratis.

En España pasa algo parecido.

En el tema del aborto ha sucedido lo que pasa cuando no se tiene conciencia de lo que significa la vida humana y lo que puede hacerse con ella.

Es cierto que se sostiene, eso se hace desde el poder, que la sociedad acepta el aborto como algo ordinario e, incluso, ¡natural! Sin embargo, bien sabemos que es una aberración (por desviación) propia de un ser humano que ha perdido el sentido mínimo, siquiera, de la propia especie a la que pertenece.

Y es que hay normas que son intrínsecamente perversas. Y el aborto, permitirlo, aceptarlo y fomentarlo es un caso más que evidente: no se puede matar a un ser humano que, además, es el más inocente de todos pues no tiene posibilidad, siquiera, de oponer resistencia. Y a eso bien se puede llamar alevosía y a tal acto asesinato. Así de simple.

¿Qué hacer, pues?

En realidad, los creyentes lo único que nos queda es orar y pedir a Dios por las almas de los que procuran el aborto y por los seres humanos abortados, para que los tena en su Reino y sean bienaventurados.

Además, también podemos acordarnos de lo que estas cosas hacen cuando lleguen las próximas elecciones pues parecer ser el único lenguaje que entienden.

¡Ah!, y por cierto, a nuestra jerarquía católica se le puede exigir una contundencia que no se haya visto nunca. Vamos, que, al menos, digan algo y que se diga en cada templo de Dios, cada día y a todas las horas, que no se puede admitir la ley del aborto.

Deberían recordar, a tal respecto, lo que se dice en el Apocalipsis acerca de los tibios y lo que Dios hace con ellos.

No será que no están advertidos.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net