Fe y Obras

La santa Providencia de Dios

 

 

21.12.2016 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

Sabemos que a lo largo del mundo existen multitud de formas de tentar a la suerte y de tratar de hacerla compañera de la avidez del ser humano. Sin embargo, hay algo que, siendo mucho más importante, ya nos fue concedido hace mucho tiempo y que no tenemos que buscarlo porque lo tenemos desde nuestra misma concepción: el Amor de Dios.

Cuando el Padre creó al ser humano dijo aquello muy conocido de que “era muy bueno” lo que había hecho. Luego, el mismo Génesis llevó a cabo el primer “envío”: “creced y multiplicaos” fue lo que dijo.

Desde entonces los hijos de Dios estamos dotados de unas grandes posibilidades de desarrollo que, con el uso de la inteligencia, nos han llevado a lo que hoy día somos.

Pero sobre todas las cosas de las que podemos gozar una hay que no deberíamos olvidar y que ya ha sido mencionada arriba: el Amor de Dios.

¿Cómo es el Amor de Dios?

Las Sagradas Escrituras recogen algunas características del Amor de Dios que no deberíamos olvidar (se ruega sean consultadas)

1. El amor de Dios es soberano (Deuteronomio 7:8)

2. El amor de Dios es grande (Efesios 2:4)

3. El amor de Dios es constante (Sofonías 3:17)

4. El amor de Dios es infalible (Isaías 49:15-16)

5. El amor de Dios es inalienable (Romanos 8:39)

6. El amor de Dios es obligante (Oseas 11:4)

7. El amor de Dios es eterno (Jeremías 31:3)

 

Es soberano el Amor de Dios porque prevalece sobre todo; es grande porque lo creó todo; es constante porque siempre perdona y siempre manifiesta su misericordia; es infalible porque nunca falla; es inalienable porque no puede ser quitado ni eliminado por el Mal; es obligante porque, como Padre, lo tenemos que tener en cuenta y, por último, es eterno porque eterno es Dios mismo.

Por tanto, no podemos decir que no tenemos, a nuestro favor, los cristianos, mucho trazado, ya, desde nuestra creación por el Padre Eterno ni podemos entender que somos lo que somos por nuestra propia fuerza y tesón.

Dice el  Padre Martí Ballester (recientemente fallecido y al que queremos en la Casa del Padre según, precisamente, el Amor de Dios), refiriéndose a Sto. Tomás de Aquino que “En Dios evidentemente hay amor, que es el primer afecto de la voluntad, y el origen de todos los otros afectos, pues sin el amor ni puede existir el deseo. En efecto, el bien, objeto primario del amor, siempre es objeto de deseo y apetecible, por eso, cuando deseamos el bien, lo deseamos racionalmente porque lo amamos. Ni puede sin el amor existir el odio, si no hay amor al bien, y por eso odiamos el mal en cuanto se opone al bien. Y la falta de bien nos entristece. Y su posesión nos llena de gozo. Todos los seres dotados de voluntad aman el bien, aunque su amor es limitado porque también lo es su voluntad. Por el contrario en Dios, al ser infinita su voluntad, su amor es también infinito

Y es en el Amor infinito de Dios en el que tenemos que permanecer. Lo demás tiene, en verdad, una importancia muy escasa.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net