Fe y Obras

 

¡Qué menos que un mes!

 

 

 

03.05.2019 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Los creyentes católicos somos muy marianos, más que marianos. Y no queremos referirnos a que somos seguidores de algún político de tal nombre sino que gozamos más que mucho con la Madre de Dios. Vamos, que nos pirramos por tenerla muy en cuenta en nuestra vida y en nuestro corazón.

La Iglesia católica le dedica un mes muy especial: mayo.

El caso es que el resto del año también tenemos muy en cuenta a nuestra Madre (nos la dio Cristo cuando estaba colgado en la Cruz y a punto de morir) pero ahora, ahora mismo (ya estamos inmersos en los algo más de treinta días que tiene este mes) estamos en plena efervescencia mariana. Y a ella nos atenemos.

La Virgen María es mucho más que una madre. Y es que es la Madre, con mayúscula, porque mayúsculo es el amor que le tenemos y mayúscula el ansia que tenemos de encontrarla en el Cielo.

En el Cielo podemos imaginar a María presentándose ante Dios, Padre Todopoderoso, porque sabe que muchos de sus hijos le piden que le presenten sus problemas, sus particulares situaciones, sus amores. En fin… que nosotros esperamos de ella todo lo que ella quiere darnos que es, sencillamente, todo y más que todo.

Nosotros amamos a María. Y la amamos con el amor de los hijos casi indefensos ante las asechanzas del Maligno. Y la amamos porque la sabemos siempre a nuestro favor (hijos suyos somos todos, claro está) y siempre esperándonos en la oración porque en ella podemos encontrarla.

La Virgen María, que vivió en un sin vivir, por así decirlo, porque conocía que aquel hijo no era un hijo como otros sino que tenía mucho que decir, comprende todas nuestras cuitas y todas nuestras caídas en el abismo. Por eso, como nos conoce, sabe hacer que nuestras lágrimas se conviertan en luz ante Dios. Y así es porque es ella quien las presenta a los pies de nuestro Creador.

María, con su Dulce Nombre, nos espera siempre y quiere de nosotros que nos dirijamos a su corazón porque allí está esperándonos.

 

María, luz de Dios
porque es su Madre.
María, esperanza de los hombres
y amparadora nuestra.
María, creada por el Creador
para ser su Madre.
María, corazón tierno
que nos mirar con amor
todo.
María, tú que esperas
de nosotros
la palabra y el querer;
tú eres nuestro apoyo
y el ansia de amarte
conforma el alma nuestra.
María, luz de Dios
que ama a sus hijos,
ruega por nosotros.

Amén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net