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El orgullo gay y el dominio de nuestros instintos

 

Francisco Rodríguez Barragán | 05.07.2016


El desfile del pasado Día del Orgullo Gay me pareció de un tremendo mal gusto, procaz y provocativo. No llego a entender que para reclamar contra la discriminación que a causa de su homosexualidad hayan padecido sea necesario montar un desfile anual ruidoso y bullanguero.

Siempre a la caza del voto de los descontentos determinados políticos se apuntaron a encabezar el desfile. A mi juicio este colectivo ha pasado de ser víctima de una discriminación que sintieron como intolerable a imponer sus teorías a toda la sociedad y a señalar como intolerantes a cuantos se oponen a aceptar la ideología de género como si ella supusiera el avance social que necesita nuestro mundo.

Si en otros tiempos fue la lucha de clases, el colectivismo o el marxismo el motor de la sociedad ahora parece que no hay nada más urgente que reconocer derechos basados en la orientación sexual, orientación cada vez más variopinta pues parece que pasan de sesenta las diferentes orientaciones.

Además del desfile de Getafe han redactado un manifiesto en el que comienzan hablando de reivindicar sus derechos, sus deseos y formas de pensar, pero no podrán conformar el pensamiento de los demás. Luego dicen que les preocupa la libertad de los menores que no tienen asegurada su libertad para vivir sus orientaciones sexuales e identidad de género. Para los que pensamos que la educación de los menores pertenece a los padres esto es una intromisión intolerable.

Otro párrafo dice que en la cúspide de la pirámide social de la discriminación está el hombre heterosexual, cisexual y blanco, de clase media o alta, joven y delgado y naturalmente católico. (En los tiempos del nazismo el señalado sería judío). Este colectivo ha pasado de perseguido a perseguidor sin inmutarse.

Ataca también el manifiesto al obispo que llamó a desobedecer las “leyes democráticamente aprobadas”, como si el parlamento tuviera facultades para definir cualquier  cosa y modificar instituciones como la familia, anterior al estado y célula básica de la sociedad.

Por mucho que se empeñen estos colectivos y los políticos que le secundan, el matrimonio es una institución natural entre personas de distinto sexo y la obsesión en llamar matrimonio a las uniones del mismo sexo es la forma que han encontrado para atacarlo y desvirtuarlo, negando la vinculación de los hijos con los padres. Forma parte esto de la gran ofensiva para conseguir una sociedad sometida al estado cada vez más próxima al Mundo Feliz de Aldous Huxley.

La postura de la Iglesia Católica sobre las personas homosexuales puede consultarse en su Catecismo números 2357 a 2359 y comprobarán que dice que hay que evitar cualquier signo de discriminación injusta con las personas que presentan tendencias homosexuales instintivas, las cuales están llamadas a la castidad, lo cual levantará una oleada de protestas, pero la castidad es una exigencia que rige tanto para los homosexuales como para los heterosexuales.

La castidad exige el dominio de nuestros instintos para someterlos a la razón. La sexualidad tiene por objeto la procreación y la complementariedad entre hombre y mujer, aunque ahora se pretenda reducirla a mero y variado placer sin responsabilidad y así nos va. Envejecemos sin remedio en una sociedad cada vez más insostenible.

 

Francisco Rodríguez Barragán