Colaboraciones

 

Sobre Fray Bartolomé de Las Casas, dominico español

 

 

 

05 marzo, 2023 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

Resulta un tanto sorprendente (aunque hoy día ya no sorprende nada) que un sacerdote católico, quizá por desconocimiento, destaque, en la Homilía de la Santa Misa de un domingo de este mes de marzo, la figura, entre otras, de Fray Bartolomé de Las Casas, fraile sevillano del siglo XVI.

Sobre él diré todo lo que sigue.

 

Fray Bartolomé de Las Casas, importante dominico que fue el primer Obispo de Chiapas en México e incansable misionero que denunció los abusos que cometieron los colonizadores españoles contra los indígenas.

De Las Casas describió que los españoles «actuaban como bestias voraces, matando, aterrorizando, afligiendo, torturando y destruyendo a los pueblos indígenas, haciendo todo esto con nuevos, extraños y variados métodos de crueldad de los que nunca se ha visto o escuchado antes».

Relató también que cuando los españoles atacaban a los pueblos no tenían piedad de los niños, ancianos o embarazadas. Los acuchillaban y desmembraban «como si se tratara de ovejas en un matadero». Añadió que incluso apostaban para ver quien mataba mejor.

De Las Casas señaló en sus escritos que los colonizadores perpetraron estos actos motivados por su «insaciable codicia y ambición» por el oro.

A Bartolomé de Las Casas, el mentado «apóstol de los indios», se le atribuye desde hace cuatro siglos la responsabilidad en la defensa de los nativos americanos, pasando a la fama por su conocida obra publicada en 1552 como la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, fuente «inequívoca» del «genocidio» que los españoles habrían perpetrado en América durante los años de conquista y plomo…

Según el fraile, el conquistador era la encarnación del diablo: «Los españoles desean solo henchirse de riquezas en muy breves días […] más que hombres parecen lobos, leones y tigres crudelísimos de muchos días hambrientos […]. Cometían grandísimas crueldades, matando y quemando y asando y echando y asando y echando perros bravos» (Rómulo Carbia, Historia de la Leyenda Negra hispano-americana, Publicaciones del Consejo de la Hispanidad, Madrid 1944, 42. Es el mejor estudio sobre la discusión relativa a la Conquista que se produjo durante los siglos XVIII y XIX).

Las Casas propugnó la sustitución de los indios por esclavos negros.

De Las Casas propuso la esclavitud de los negros y la trata de negros para proteger a los indios.

Sostuvo Las Casas que todas las guerras contra los indios eran injustas, cuando la esclavitud del vencido en guerra justa era admitida por los juristas y teólogos, cuyo principal maestro era el dominico Francisco de Vitoria, fundador del moderno Derecho de Gentes. Todos menos Las Casas reconocían diversos casos de guerra justa en el Nuevo Mundo.

A pesar del rechazo general, Las Casas influyó en la sanción de las «Leyes Nuevas de 1542» que restringían las encomiendas para protección de los indios.

Nombrado Las Casas obispo de Chiapa (Guatemala) por Carlos V para que practicara sus teorías en su diócesis, publicó normas contrarias a las leyes vigentes, promovió excomuniones y originó disturbios continuos entre los diocesanos, teniendo que abandonar a los pocos meses.

Las Casas pasó a México, donde divulgó sus «Reglas para los Confesores» que causaron nuevo escándalo, siendo rechazadas por todos los obispos de la Nueva España.

Bartolomé de Las Casas intervino en la conquista de Cuba como soldado, colono y encomendero, poseedor de un gran número de esclavos. Fracasó como buscador de oro, robó y mató indios.

De Las Casas, además de utópico era un farsante, ya que nunca confesó que, siendo soldado, mató a algunos de esos indios.

El fraile español, Bartolomé de Las Casas, empleó cifras falsas para denunciar los abusos de los conquistadores, y Guillermo de Orange (autor del libro Apología, lleno de falsedades y exageraciones), el hombre que encabezaba en los Países Bajos la rebelión contra el Imperio español, que iba buscando la forma de debilitar a España a través de la propaganda, se valió de las exageradas cifras del dominico para criticar la conquista de América y pintar a los españoles como esclavistas crueles.

En El Ensayo sobre las costumbres (1756), Voltaire reconoció que Las Casas exageró de forma premeditada el número de muertos e idealizó a los indios para llamar la atención sobre lo que consideraba una injusticia. Voltaire también escribe sobre las crueldades reflexivas y los horrores cometidos por los conquistadores españoles.

«Sabido es que la voluntad de Isabel, de Fernando, del cardenal Cisneros, de Carlos V, fue constantemente la de tratar con consideración a los indios», expuso en 1777 el escritor francés Jean-François Marmontel en una obra, Les Incas (dedicada al rey de Suecia Gustavo III), que por lo demás está llena de reproches hacia la actitud de los conquistadores.

Así y todo, la Revolución francesa y la emancipación de las colonias en América elevaron a de Las Casas a la categoría de benefactor de la Humanidad e hicieron olvidar otra vez los trabajos de Voltaire. Asimismo, la emancipación de las colonias disparó la publicación de ejemplares de la Brevísima

Para Ramón Menéndez Pidal, «Las Casas se contradecía… es una mente anómala que los sicólogos habrán de estudiar».

Hay muchísima bibliografía acerca de la personalidad de Las Casas y de su «obsesión» e imprecisiones. Citamos aquí solo algunas: Díaz Araujo, Enrique Las Casas visto de costado, Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Percopo, Madrid 1995, 218 y La rebelión de la nada, Cruz y Fierro, Buenos Aires 1983, 369; Ramón Menéndez Pidal, El Padre Las Casas: su doble personalidad, Espasa-Calpe, Madrid 1963, 410 pp. y El P. Las Casas y Vitoria, Espasa-Calpe, Col. Austral, Madrid, pp. 152.; existen incluso serios estudios que afirman un grado de paranoia en Las Casas y hasta de «profetismo», como señala autorizadamente Menéndez Pidal: «Holgadamente se hallaba Las Casas, en un ambiente profetista, situándose fuera de toda realidad, y, ¡con cuánta sencillez falseaba por completo la verdad de todo lo que le rodeaba!» (Ramón Menéndez Pidal, El Padre Las Casas. Su doble personalidad, 335).

El español Fray Motolinía venía a decir, en síntesis, que de Las Casas era un fabulador sin fundamentos, que la acción combinada de la Iglesia y la Corona era una epopeya digna de encomio y que, para los desdichados toltecas, culhuas, chichimecas, otomís y tantas otras tribus, la llegada de los españoles había significado su verdadera dignificación (cfr. Antonio Caponnetto, Independencia y nacionalismo, Katejon, Buenos Aires 2016, 153 pp.).

«No tiene razón el de Las Casas de decir lo que dice y escribe y exprime (es un) ser mercenario y no pastor, por haber abandonado a sus ovejas para dedicarse a denigrar a los demás […]. A los conquistadores y encomenderos y a los mercaderes los llama muchas veces, tiranos robadores, violentadores, raptores; dice que siempre y cada día están tiranizando a los Indios […]. Para con unos poquillos cánones que el de Las Casas oyó, él se atreve a mucho, y muy grande parece su desorden y poca su humildad; y piensa que todos yerran y que él solo acierta, porque también dice estas palabras que se siguen a la letra: todos los conquistadores han sido robadores, raptores y los más calificados en mal y crueldad que nunca jamás fueron, como es a todo el mundo ya manifiesto: todos los conquistadores dice, sin sacar ninguno […]» (Se puede ver el texto en Real Academia de la Historia. Col. de Muñoz. Indias. 1554-55. T. 87. fª 213-32. Citado por Miguel A. Fuentes, Las verdades robadas, Edive, San Rafael 2004, 242-243).

William Robertson en su History of America, 1777, desaprueba a Las Casas como fuente histórica. Afirma que el Gobierno y la Iglesia de España habían siempre atendido los derechos de la población indígena.

La política colonial española, según Robertson, no solamente se ha distinguido por su humanidad; en principio ha sido incluso económicamente razonable, lo que contrasta fuertemente con la opinión general.

Robertson, el anglosajón, moderado representante de la Ilustración y hombre de la Iglesia, pudo reconocer la labor civilizadora y de protección realizada por la Iglesia española en América.

El libro de María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda Negra (Siruela, 2016), se ha convertido en un auténtico fenómeno de masas, y en él la historiadora andaluza trata de desmentir que la conquista de América fuese un genocidio. Hubo mucha muerte, sí, pero debido principalmente a las epidemias demoledoras que se propagaron durante aquella época.

Gracias a hombres como Las Casas el mundo había alcanzado a conocer más sobre las aisladas crueldades españolas que sobre el sistemático exterminio de los indígenas que hacían los ingleses y los portugueses en sus colonias.

Se nos acusa del exterminio de la población indígena, mientras se silencia la aniquilación de los indios al Norte del río Grande por los angloamericanos.

Muchas potencias extranjeras se ampararon en documentos de Bartolomé de Las Casas, fraile sevillano, para atacar a España.

Su obra Brevísima fue divulgada por toda Europa a lo largo del siglo XVII, en más de 50 ediciones. Traducida al latín, holandés, francés, inglés, italiano y alemán, sirvió de eficaz arma de propaganda contra España, en las guerras de los Países Bajos y de los Treinta Años. Todos los enemigos del Imperio Español y de la Iglesia de Roma, principalmente ingleses y protestantes, utilizaron las exageraciones y mentiras del padre Las Casas para intentar destruir la obra evangelizadora de España mediante la «Leyenda Negra». Para la historia queda como el fundador (con Reinaldo González Montes, exiliado español por profesar la herejía protestante, y Antonio Pérez, con su publicación las «Relaciones de Rafael Peregrino») de la leyenda negra, no de los derechos humanos.

Muchos han convertido al padre Las Casas en un instrumento diabólico para destruir a la Iglesia Católica y a nuestra civilización.

Hay que recordar que Emil Ludwig, en su biografía de Bismarck, recogía unas curiosas palabras del Canciller: «Hay dos clases de historiadores. Los unos hacen claras y transparentes las aguas del pasado; los otros las enturbian». En el caso de la leyenda negra, había y hay muchos intereses para que esas aguas bajasen turbias.