Colaboraciones

 

Sobre los escritos de Fray Bartolomé de Las Casas

 

 

 

08 marzo, 2023 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

Algo que directamente llama la atención al leer la Brevísima… es que Fray Bartolomé de Las Casas se precia siempre de haber sido testigo directo de lo ocurrido, de allí que sus relatos gocen de tanta autoridad. A lo largo de sus escritos se lee normalmente la siguiente frase «yo vide…», «yo vide…» («yo vi») frase que, tratándose de un sacerdote y obispo, hacen de su testimonio casi un juramento, como narra un autor.

Las Casas siempre engloba sus dichos diciendo «los españoles», como si uno dijese hoy «los judíos» o «los nazis» o «los musulmanes». La obsesión de Las Casas es una idea: España y deseando que la Conquista sea lo más «pura» posible denuncia muchas veces sin fundamento ni precisión.

Para Las Casas el indio era un ser que carecía del pecado original.

Aquí nuestro dominico surgirá como el predecesor del «buen salvaje» rousseauniano, publicitado por los iluministas del siglo XVIII y los charlatanes de hoy.

Hay una constante en los escritos de Fray Bartolomé, como señalan los estudiosos de los mismos: «Las Casas siempre habla en vago y en impreciso». Nunca dice ni cuándo ni dónde se consumaron tales horrores, ni se cuida de establecer que —en caso de haber existido— se trataron de una excepción a la regla. Por el contrario, deja entrever, que lo descrito por él era el único y habitual modo de conquista y que las ferocidades destacadas en su librito debían tenerse por las que comúnmente emplearon los españoles en los 40 años a los que su relato se refiere.

Como señala el gran estudioso Rómulo Carbia, en la obra del fraile dominico «nada se concreta, ni geográfica ni cronológicamente». Una sola vez aparece en el relato el nombre de uno de los responsables de las supuestas atrocidades. En los otros casos el «tirano» (es decir, «el español») queda como cubierto por una penumbra imposible de descubrir. Todo es más y lo mismo: las fechas, las cantidades, los nombres, los lugares; todo es confuso y sin precisión.

En su Historia de las Indias manifiesta que vio, «con sus propios ojos», más de 30.000 ríos en la isla Es­pañola, que nunca nadie los ha vuelto a ver.

En su tristemente famosa Brevísima… inventa el «genocidio» indígena. Primero son 12.000.000 de muer­tos, luego eleva la cifra a 15.000.000 y termina redon­deándola en 24.000.000. Pero aun conformándonos con los 15.000.000 —nota el estudioso Levillier— los españoles deberían haber matado 375.000 indios por año, es decir bastante más de 1.000 diarios y sin descansar ni un día en los años bisiestos… Todas estas cifras son imposibles, aun después de haberse inventado las cámaras de gas y demás prácticas del genocidio moderno. Sin embargo, las leyendas de Fray Bartolomé darán lugar a que hasta el día de hoy varios propagandistas de la Leyenda Negra sigan afirmando que la demografía americana se desplomó ante la llegada de los españoles.

La población nativa cayó a raíz de diversos motivos, uno de los cuales fueron las enfermedades contraídas a partir de su contacto con los europeos, ante las cuales carecían de anticuerpos, como señala Díaz Araujo en un reciente trabajo:

«Los principales problemas demográficos no fueron causados por la vesania de los encomenderos o la brutalidad de los conquistadores, sino que fueron de carácter patológico, bacteriológico e inmunológico. Empero, lo que no se aclara en grado suficiente es que la disminución poblacional registrada fue momentánea. En efecto: lo primero que hay que tener en cuenta es que la población aborigen origi­naria era muy pequeña respecto del total del territorio del continente americano; no más de un 5% se hallaba poblado. En segundo lugar, hay que evitar las enormizaciones demográficas lascasistas […] (Enrique Díaz Araujo, Propiedad indígena, 46-47).

Si bien a partir del siglo XVI el desequilibrio demográ­fico se acentúa y el decrecimiento se hace notorio, las razones hay que buscarlas en distintas y complementarias causas:

«La transmisión de enfermedades europeas, el cambio en el reacondicionamiento económico y social, el desajuste alimentario, las epi­demias incontrolables, la reducción de la fecundidad, el desgano vital hasta el suicidio anómico del que hablaba Durkheim, el tras­lado de ciudades, y por supuesto, los enfrentamientos armados de distinto calibre».