Colaboraciones

 

El hombre, única criatura hecha a imagen y semejanza de Dios

 

 

 

09 marzo, 2023 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

Necesitamos verdades fuertes sobre el hombre, pero no cualquier tipo de verdades fuertes. El hombre no es puro instinto, ni un simple engranaje del sistema productivo, ni una célula utilizada por el gran cuerpo de la sociedad.

Hay mucho más en cada hombre. Hay un alma, un espíritu, que no termina con la muerte, que empieza a vivir un día y camina hacia la plenitud de lo infinito. Vale cada ser humano, pobre o rico, grande o pequeño, sano o enfermo, nacido o sin nacer, del norte o del sur, porque cada uno tiene algo de divino, un soplo de Dios.

Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo» (Gn 1, 26). En el siguiente versículo se dice: «Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Varón y mujer los creó» (Gn 1, 27). Y en el versículo 28 se dice: «Dios los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”» (Gn 1, 28).

El hombre es la única criatura hecha a imagen y semejanza de Dios.

Que el hombre es imagen de Dios significa, ante todo, que es capaz de relacionarse con Él, que puede conocerle y amarle, que es amado por Dios como persona.

El libro del Génesis (Gn) es extraordinariamente preciso: definiendo al hombre como «imagen de Dios», pone en evidencia aquello por lo que el hombre es hombre, aquello por lo que es un ser distinto de todas las demás criaturas del mundo visible.

El hombre es imagen de Dios. Es persona a imagen de las personas divinas. Un ser inteligente y libre, capaz de bien y de amor, y que se realiza amando, a imagen de las personas divinas.

En definitiva, «el hombre creado a imagen de Dios es un ser a la vez corporal y espiritual, o sea, un ser que por una parte está unido al mundo exterior y por otra lo trasciende: en cuanto espíritu, además de cuerpo es persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de nuestra fe, como también lo es la verdad bíblica sobre su constitución a ‘imagen y semejanza’ de Dios; y es una verdad constantemente presentada, a lo largo de los siglos, por el Magisterio de la Iglesia» (san Juan Pablo II, audiencia general, 16.IV.1986).