Oído Cocina

 

Libertad para todos los ciudadanos iberoamericanos

 

 

Miguel del Río | 08.05.2019


 

 

Cuando el Banco Mundial arroja el dato de que en Venezuela hay un 90 por ciento de pobreza o Unicef habla de 3,2 millones de niños que necesitan, ¡ya!, de ayuda, la política y su diplomacia son más necesarias que nunca, antes de la irrupción de un conflicto bélico. En España lo sabemos por experiencia propia, y como país miembro de la Unión Europea y de la Organización de Países Iberoamericanos, debemos hacer valer estos criterios frente a las potencias que mandan realmente en la grave encrucijada venezolana: Estados Unidos y Rusia.

Los ciudadanos nos perdemos en los galimatías diplomáticos internacionales. Son las llamadas alianzas, generadoras de bloques enfrentados por el comercio y la influencia territorial donde aparece casi siempre en escena el poderío militar. Inglaterra deja tirada a la Unión Europea, pero desde 1950 tiene montado otro importante chiringuito político-económico, como es la Commonwealth. Se trata de una organización compuesta por, nada más y nada menos, que 53 países (la ONU tiene reconocidos 194), que comparten estrechos lazos con el Reino Unido. Solo hay que ver el listado de miembros para darse cuenta del poderío de esta Mancomunidad de Naciones: Australia, Canadá, India, Pakistán, Singapur o Sudáfrica, entre otras. La política mundial funciona así, a base de países hermanados, en lo bueno y en lo malo. Aunque a más de un lector le pueda sonar a nuevas, en España, además de la UE, tenemos la OEA, más conocida como Organización de Estados Americanos, nacida en 1948. A ella pertenecen países que siempre están en el candelero internacional, como son Cuba, Venezuela, Argentina, México y Brasil. Portugal también está, y hay que recalcarlo porque últimamente se habla muy bien, en todos los aspectos, del país vecino.

Regresemos a la OEA. En la web del Ministerio de Asuntos Exteriores de España figura que la última Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, la 26 en concreto, tuvo lugar en la ciudad de Antigua, Guatemala, entre los días 15 y 16 de noviembre de 2018. Andorra acogerá la siguiente cumbre, en el año 2020. ¿Qué se trató en Guatemala? Lo podríamos resumir en cuestiones muy genéricas como la promoción de la inclusión social, el desarrollo sostenible, el cambio climático y la migración. Pero una declaración quiero destacar de aquel encuentro, por lo chocante del papel que juega España con Iberoamérica, sobre todo cuando en esta 26 cumbre se habló del “pleno disfrute de derechos y libertades de todos los ciudadanos iberoamericanos”. A quién se refería la delegación española, ¿a los cubanos?, ¿quizás a los venezolanos?, ¿o más bien iban dirigidas estas palabras a los nicaragüenses y su situación actual?

Iberoamérica ha supuesto desde siempre para España un escenario de cultura compartida, en lo que es hablar un mismo idioma, lo que nos ha llevado a los españoles a sentir como países hermanos precisamente a los miembros de la OEA. Los hermanos, en todo caso, se involucran en los problemas familiares, máxime si toman un cariz como lo que viene sucediendo en Venezuela desde hace ya demasiado tiempo. Sin embargo, el escenario de este conflicto está comandado por la política de Estados Unidos y de Rusia, claramente enfrentados en lo que debe ser el futuro de este país que arroja, para sus ciudadanos, unos datos terribles que vienen dados por el Banco Mundial. Su índice de pobreza es del 90% y la tasa de inflación alcanza ya el 10.000.000%, lo que permite que los precios aumenten a diario un 280%. Como ocurre siempre en este tipo de conflictos, los niños se llevan la peor parte. Unicef estima en 3,2 millones de niños venezolanos que necesitan ayuda humanitaria para antes de ayer. Los que llevan mejor suerte están abandonando Venezuela por millones, sean pequeños o mayores, y podemos estar hablando ya de cuatro millones de personas.

El papel de España, como miembro de la Unión Europea y de la Organización de Países Iberoamericanos, debería ser decisivo en la búsqueda de una salida diplomática a este conflicto, que espantara los tambores de guerra que suenan desde las poderosas capitales políticas y militares que son Washington y Moscú. Aquí hay un pueblo hambriento y masacrado, que no merece una prolongación de semejante sufrimiento. Pudiera parecer que las llamadas diplomáticas a la sensatez fueran suficientes para mantener vivo este deseo de paz dentro de Venezuela, pero yo personalmente no las oigo con la nitidez que me gustaría en los foros internacionales dedicados a poner orden a los desmanes que cometemos de habitual los pueblos del mundo,  sea en nombre de una causa u otra, para al final quedar claro que casi todo se hace por más poder, egoísmos y ambiciones personales. Venezuela ya no puede más, ni mucho menos con los mensajes tibios que pueden llegar desde el exterior, caso del país hermano que es España. Puede que muchas veces se quieran evitar reacciones y declaraciones fuertes hacia la política y los políticos del Gobierno de España, como ha ocurrido en tantas ocasiones anteriores. Es el precio a pagar, cuando se demanda democracia y justicia social. Porque lo cierto es que  resulta muy exagerada aquella proclamación de la última Cumbre Iberoamericana de Guatemala, sobre el pleno disfrute de derechos y libertades de todos los ciudadanos iberoamericanos.

 

Miguel del Río