Eurodiputados que no quieren a Europa

 

 

Miguel del Río | 07.07.2019


 

 

El principal problema de identidad europeo se visualiza ahora en una Eurocámara conformada por un buen puñado de miembros que no creen en la UE, y quieren extinguirla. Un sistema que pretenda perdurar no puede permitirse semejante contradicción, que choca contra la lógica más elemental acerca de beneficiar y amparar al adversario que quiere acabar con todo lo logrado.

 

Cualquiera de las dos explicaciones que ofrece por origen la palabra Europa me vale. Según la mitología griega, Europa era una mujer fenicia seducida por Zeus que, transformado en toro, la llevó a Creta. Otra aclaración es que el término proviene del griego ereb, que significa ocaso. Curioso esto último, lo de ocaso, que es también decadencia, desaparición de algo. Tal parece el rumbo actual de la UE, sobre todo porque el enemigo está en casa, y no son solo los eurodiputados del Partido del Brexit, o que se pongan de espaldas al sonar el himno europeo. Lo hacen además ellos, tan dados a que se respeten a rajatabla las tradiciones inglesas, con su casa real a la cabeza. Embudo ancho para mí y estrecho para los demás, con la ofensa por bandera.

La Europa que conocemos lleva camino de morir de éxito porque nadie impone el debido respeto a nuestros valores esenciales, rechazando con contundencia (empezando por crear nuevas reglas), los agravios que se llevan a cabo de continuo para desunirnos y dividirnos. Ocurre en España con Cataluña, y un gobierno autonómico esperpéntico, que no deja de abrir embajadas en el exterior, mientras descuida totalmente la solución de los problemas reales que tienen los ciudadanos. El mensaje vacio se impone así al empleo, al desarrollo, a la calma de vivir con seguridad y sin sobresaltos.

 

“Los del Partido del Brexit se ponen de espaldas al sonar el himno europeo, tan dados a que se respeten a rajatabla las tradiciones inglesas”

 

Mientras el ruido y la división impere, en todos los puntos de Europa van a ir  ganando los malos, que tan tristes recuerdos traen de lo que fue el viejo continente en la primera parte del siglo XX, con el nazismo en Alemania o el fascismo en Italia, que más tarde perduró durante una larga Dictadura en España. Bien parece que no queramos acostumbrarnos a los años de paz social, donde es la democracia, el diálogo y la esperanza de cambios beneficiosos para todos (economía distributiva) la mejor forma posible de convivencia.

Mal empieza este nuevo Parlamento Europeo de 2019, cuando  desde la propia cámara se traslada la necesidad de crear lo que denominan un “cordón sanitario” contra los Le Pen,  Salvini  o Farage “porque vienen a romper el proyecto europeo”. La gran contradicción de una democracia tan abierta y participativa está en que da cabida incluso a los que quieren destruirla. Solo hay que ver el bochornoso espectáculo que está ofreciendo Puigdemont para evitar sus deberes con la ley, a través de todos los subterfugios posibles, incluido el de pretender su acta de europarlamentario sincumplir con los requisitos preceptivos del país por el que la ha logrado, que no es otro que España. Quienes quieren ocupar puestos y, más allá, ostentar poder en aquellas instituciones en las que no creen y, si de ellos dependiera las cerraban, deben ser excluidos del sistema que desprecian pero, en cambio, se aprovechan cuando les conviene.

Los candidatos a primer ministro de Gran Bretaña hacen su campaña prometiendo que harán caso omiso (por las buenas o por las malas, recalcan), de las exigencias establecidas para que Inglaterra deje cuanto antes la UE. Nuestra propia salud, de ahí me imagino el término de “cordón sanitario”, requiere que Europa vuelva a recobrar su importante papel en el mundo, alejada de los enemigos interiores que la cuestionan, y que tanto daño están haciendo. Para la siguiente andadura política de Europa ya hay nuevos altos cargos representativos, incluido el nombramiento del español Josep Borrell como representante de la diplomacia europea (menudo palo al independentismo), en un pacto que finalmente se ha producido gracias a la unidad entre populares, socialistas, liberales y verdes.

Una Eurocámara dividida en bloques, unos a favor del proyecto europeo y otros en contra, no es el mejor escenario, como se apreció en la sesión inaugural de esta novena legislatura, cuando los 29 eurodiputados del Partido del Brexit (del ultranacionalista Nigel Farage) se pusieron de espaldas cuando los músicos interpretaron el himno europeo, la Oda a la alegría de Beethoven. Es algo más que un gesto o una provocación, como sucede con ciertas actitudes del Govern de Cataluña hacia el Gobierno de España (La última: “Un conseller de la Generalitat atribuye la ayuda del ejército en el incendio de Tarragona a un país vecino”). No cabe aprovecharse o ampararse legalmente en el sistema democrático que entre todos nos hemos dado y construido, mientras hay pequeños partidos nacionalistas que junto a sus representantes quieren dinamitar todo lo conseguido hasta la fecha, con fines que dan miedo, con solo pensarlo. No. No lo podemos permitir.

 

“Mal empieza este parlamento cuando se crea un cordón sanitario contra Le Pen, Salvini o Farage, porque vienen a romper el proyecto europeo”

 

 

Miguel del Río