Trump está ya con lo de mi origen étnico

 

 

Miguel del Río | 21.07.2019


 

 

En democracia, decirle a unas congresistas que vuelvan a sus países de origen, es un acto racista además de totalitario. La afrenta, por supuesto, es de Donald Trump. Y la respuesta debe venir de no permitirlo, ni tampoco acostumbrarse a estos ataques racistas, que en Estados Unidos se están convirtiendo ya en habituales a políticos y periodistas.

 

Muchos norteamericanos estarán contentos con Trump y su política de atropello a todo y a todos, pero Estados Unidos lleva camino de perder esa aura de libertad y convivencia de razas que siempre mantuvo como bandera, además de la oficial de barras y estrellas. Esa bandera que tan magistralmente  reflejó  en sus cuadros Jasper Jhons, queriendo expresar lo que digo, al igual que Andy Warhol, mostrando a través de sus escenas pop las costuras de un país que se ha sumergido, por obra y gracia de su presidente tuitero, en el revanchismo más absoluto, de consecuencias impredecibles.

En su escalada de despropósitos, ahora echa en cara su origen a las propias congresistas, y les pide abiertamente que regresen a sus países. Como se lo cuento. Y lo mismo sucede ya entre los periodistas. Uno, al hacer una pregunta a una portavoz de Donald Trump, es a su vez repreguntado sobre su origen étnico. El peligro racista y xenófobo ya no asoma: es que está instalado en la mismísima Casa Blanca, y parece dar igual lo que otros congresistas o representantes políticos critiquen o rechacen al respecto. De no movilizarse la propia sociedad norteamericana, esto va a ir a más con los peligros que acarrea en la calle, en las escuelas o en los trabajos un mensaje oficial tan claro y contundente en contra de quienes tienen diferente color de piel.

 

“De no movilizarse la propia sociedad norteamericana, esto va a ir a más, en contra de quienes tienen diferente color de piel”

 

La América para los americanos de Trump era una trampa para dividir y, sobre todo, excluir. Se empieza por la construcción de muros, y lo que viene a continuación es que arremetes contra la labor de oposición política de mujeres congresistas, invitándolas a que abandonen los Estados Unidos y regresen a sus países de origen. El mundo está cambiando tanto, que jamás pensé escuchar algo así, y tener que rechazarlo mediante un artículo. ¿Qué por qué me extraño? Porque recuerda a episodios de otras épocas, cuando se perseguía a negros, judíos o gitanos, y todos sabemos cómo se desarrollaron dentro de nuestra triste historia aquellos acontecimientos. Me imagino que muchos norteamericanos se muestren igual de sorprendidos al ver surgir de repente problemas con su himno y determinados deportistas, o al escuchar a la capitana de su equipo femenino de fútbol y campeón del mundo, Megan Rapione, decir algo tan fuerte como “no voy a ir a la puta Casa Blanca”.

En el país donde se imprimen algunos de los periódicos más poderosos e influyentes del planeta, como el Wall Street Journal o The New York Times, seguro que nunca contaron con que una tal Kellyanne Conway, asesora de Trump, y dando una rueda de prensa, iba a contestar a la pregunta de un periodista así: “¿Cuál es su origen étnico?”. Las congresistas son las malas; los periodistas son los malos; los tuiteros que responden a las constantes sandeces de un Donald Trumpo desatado también son los malos. Pero lo cierto es que son los gobernantes como él quienes peor ejemplo pueden dar, anteponiendo la xenofobia al respeto y la tolerancia hacia razas, ideologías y creencias, que se han propuesto dinamitar desde la provocación rupturista.
Algunos líderes mundiales, pocos por desgracia, han contestado a estos gestos racistas que provienen de la Administración Trump. Aunque la auténtica movilización debe estar en el rechazo ciudadano hacia estas formas, que tratan de imponer un discurso único, sin críticas ni control, venga de donde venga, como es el caso del mismísimo Congreso estadounidense.  Allí, a las legisladoras como Alexandria Ocasio-Cortez, de origen puertorriqueño; la afroamericana Ayanna Pressley; Rashida Tlaib, hija de palestinos; e Ilhan Omar, originaria de Somalia, Trump les ha mostrado la puerta de salida al invitarlas a que vuelvan a sus países originarios. Asegurar en la actualidad que Estados Unidos es la mayor democracia del mundo resulta del todo un espejismo.

 

“Las congresistas son las malas; los periodistas son los malos; los tuiteros que responden a un Trump desatado también son los malos”

 

 

Miguel del Río