UNA SOCIEDAD AGRESIVA, SIN EDUCACIÓN NI TOLERANCIA

 

 

Miguel del Río | 01.12.2021


 

 

 

 

 

En nuestro país crecen los delitos de odio. También la violencia juvenil. Las peleas se han hecho habituales en las noches de las ciudades y dicen los que saben de la cuestión que lo toleramos (¿normas, para qué?) con absoluta calma y tranquilidad. Ni se exige, ni se va a hacer nada al respecto. Dentro de esta exigencia deberían estar en primer lugar los padres y los educadores, pero estamos instalados y acomodados, en casa, con la permisividad, y en las aulas, con el mínimo esfuerzo.

Lisa y llanamente, es una realidad social: nos embrutecemos. Las agresiones, que como saben pueden ser físicas, verbales, psicológicas y ahora también cibernéticas, forman ya parte de nuestra cotidianidad. En la lista de los países más educados (1º Canadá y 10º Irlanda), España ni está, ni se la espera. Al contrario, cada vez vamos a peor en disciplina tan fundamental como es relacionarnos, educadamente, con los demás.

Imagino que en las naciones agraciadas con un reconocimiento al buen  comportamiento ciudadano, no haya debate sobre agresiones de alumnos a profesores, aumento del acoso escolar, en el que las redes sociales protagonizan un papel estelar, maltrato a médicos y enfermeras durante el desempeño de su labor sanitaria, o el incremento alarmante de las trifulcas entre jóvenes, pertinentemente grabadas con el móvil para posterior difusión y visionado dentro de alguna red o el wasap.

Las peleas juveniles, especialmente de madrugada, son un verdadero problema en España, que, como tantísimos otros, no se afronta. No trataré de buscar mayores causas (aunque citaré alguna de auténticos expertos en el tema), pero junto con los casos de Covid, se ha producido un aumento vertiginoso de ingresos en las urgencias hospitalarias de jóvenes con todo tipo de heridas, así como el incremento de la intervención policial para disolver peleas, evitar agresiones, solicitar ambulancias o proceder directamente a la detención de menores responsables de graves delitos. El Ministerio del Interior lo sabe, reconoce el aumento de la violencia juvenil, especialmente en los últimos cinco años, pero hasta aquí.  Ósea, que vamos encaminados a una sociedad agresiva, sin educación ni tolerancia, y no estamos haciendo nada para poner orden, hasta que el problema nos termine devorando, porque ya sea demasiado tarde para atajarlo. Volvemos a los manidos complejos españoles, que no se sabe si abundan más en las altas instancias del poder que a pie de calle.

A falta de respuesta oficial, los psicólogos buscan razones de esta nueva foto fija dentro de la sociedad española. Estoy completamente de acuerdo en la primera de las razones que establecen: la permisividad de un sistema educativo muy débil con la exigencia, lo que se ve agravado con el mirar para otro lado de los padres. Lo que plantean como solución es recuperar el principio de autoridad, que está más en el recuerdo de anteriores generaciones que las actuales. Queremos proteger tanto a los chavales que, más que otra cosa, les estropeamos. Ahora abundan dos estilos especialmente nocivos. El permisivo, caracterizado por mucho afecto, pero pocas obligaciones y normas, y el negligente, donde no existen normas de ningún tipo. Si criamos mal a nuestros hijos, y les educamos peor en colegios, institutos y universidades (sin libros), el resultado no puede ser en absoluto el adecuado.

La falta de autoridad y de referentes genera no solo permisividad. Los delitos de odio aumentan (xenofobia, racismo), y muchos de ellos están protagonizados por jóvenes. Nuestros ancestrales complejos como sociedad, nos hace convivir, como si nada, con toda esta agresividad, que se emite con total normalidad en los telediarios, pero a la que no se pone coto alguno, porque realmente no se quiere hacer nada al respecto. En democracia y libertades vamos hacia atrás, sino somos capaces de controlar el incremento del odio que generan situaciones relacionadas con el mencionado racismo, la confrontación de ideologías, creencias, elección sexual, y no digamos el respeto hacia todos aquellos que llevan el peso de una enfermedad dependiente, que no debe producir rechazo social alguno y sí integración total. La permisividad es también caldo de cultivo para la violencia sexista y también para no creer en nada como muchas veces opinan en voz alta nuestros jóvenes. El Covid ha hecho lo suyo en afectados, muertes, aislamiento y rupturas de situaciones anteriores a la pandemia. Pero no es causante único de la situación actual que padecemos, con la que nadie puede sentirse absolutamente seguro de que en un momento dado no vaya a verse inmerso en agresiones o ser uno de los muchos damnificados del aumento de delitos y la falta de seguridad en España. No hay peor ciego que el que no quiere ver, y eso es lo que nos ocurre a todos, del primero al último, en este bendito país, que ni aparece ni aparecerá jamás en esa lista de naciones bien educadas del mundo.

 

 

Miguel del Río