Putin, el ex espía KGB y belicista, al que hay que parar los pies

 

 

Miguel del Río | 08.03.2022


 

 

 

 

 

Trump empezó lo de levantar muros entre países, y Putin, el exagente KGB, recupera ahora la Guerra Fría, que tiene su primera entrega en la invasión de Ucrania. Los dirigentes apelan siempre a que sus actuaciones atienden a los deseos de los pueblos, pero lo cierto es que no se cuenta nunca con la opinión de los ciudadanos, y para muestra están los ucranianos bajo las bombas. Pararle los pies a Rusia es un imperativo, y no cabe duda que las duras sanciones económicas tendrán repercusión. Aunque no olvidemos que las grandes potencias y sus intereses de predominio alteran de continuo el mapa de dónde se viva en paz y dónde en guerra.

Como monotema, de lo único que se hablaba y queríamos dejar atrás era la pandemia de Covid, y resulta que la novedad viene de Putin, quien nos martiriza con una guerra que conlleva la invasión interesada a la vez que inhumana de Ucrania. Junto a todos los repudios posibles, el presidente ruso, antiguo espía, merece mazmorra por una actuación que pone aún más en riesgo la paz en el mundo y la supervivencia de las personas que lo habitamos. ¿Qué puede haber en la mente tan oscura de un hombre así, acompañado por sus generales? La matanza de ucranianos inocentes recaerá siempre, como una gigantesca losa, sobre sus conciencias. Pero no deja de ser una intención, porque no tienen conciencia, de ahí que por sus delitos hayan de ser perseguidos y ajusticiados.

Internacionalmente, tal y como están pinados los bolos entre las super potencias y sus influencias geopolíticas y territoriales, la agresión rusa no tiene fácil respuesta. Estados Unidos interviene militarmente en otro país, y los demás, si dicen algo, es con la boca pequeña, hasta que llega el momento en que otra nación nuclear haga lo mismo, y aquí paz y después gloria. Las inmorales relaciones internacionales están montadas así, y no nos rasguemos las vestiduras por la ocurrido en Ucrania, país soberano, cuyo suelo fue aplastado por los tanques rusos en un 24 de febrero de 2022. Se suma así esta fecha a otras de ese calendario de los horrores que perpetramos periódicamente los que nos autodenominamos como seres humanos.

La ONU ha condenado la agresión, pero tiene tela que la votación de un Consejo de Seguridad arroje más inseguridad. Han votado en contra de reprobar a Vladimir Putin los de siempre, como Corea del Norte o Siria. Pero se han abstenido 35 países (que no son pocos), con naciones que quedan retratadas, caso de Argelia, Bolivia, China, Cuba, India, Irán, Irak, Nicaragua, Pakistán o Sudáfrica. Ya se percibió con el Covid y se repite con la invasión de Ucrania por Rusia: la desunión mundial es la más peligrosa que hemos vivido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Quiénes y porqué hablan tanto de la tercera gran guerra, qué pretenden?

Guerra tan descabellada se está jugando también en el terreno de la información. Los medios se vuelven a jugar su reputación, a la hora de contar las cosas como algunos, tan enrevesadamente, lo están haciendo. Continua la cascada de ciudadanos que se apean de leer la prensa, oír la radio y, mucho más, ver la televisión. Esto es una guerra, no un espectáculo. Nos engañamos si creemos que Putin va a dar marcha atrás con algo que él maneja a la perfección y con lo que produce auténtico terror: desinformación,  manipulación y noticias falsas (ataque nuclear). Es el aislamiento total de Rusia el que puede tener el efecto deseado, y he de reconocer que la UE ha dado el giro necesario para arremeter con acuerdos de peso contra la economía de un país tan rico como aquel, pero ahora con los mercados cerrados. Sin duda, la factura la pagaremos todos. Hay productos básicos como el petróleo, el gas o los cereales que no se comprarán a Moscú, pero también llegarán con mucha más escasez y precios desorbitados al resto de países que, como España, tienen tan gran dependencia del exterior.

Las soluciones armadas siempre terminan mal. Ahí está Irak. Lo mismo sucedió, a rusos y norteamericanos, en Afganistán. Pero hay que castigar a Putin con todo el peso de las decisiones que se pueden tomar en los gobiernos y parlamentos democráticos de todo el mundo. No vamos a ninguna parte con esos países, y esos grupos políticos que condenan la guerra, también sancionar a Rusia, y arremeten contra los gobiernos europeos unidos que tratan de buscar soluciones, lo primero para los ciudadanos ucranianos, que están siendo masacrados por las bombas disparadas desde un país vecino agresor. El “No a la guerra” debe prevalecer, pero, ¿qué hacemos para frenar en seco a Rusia? Desde luego, no ayuda que unos países condenen y otros hagan la vista gorda, por sus propios intereses de lo que les proporciona Moscú, desde armas a energía, pasando por inyecciones económicas directas. En todo esto, el papel de China es deplorable. Si así pretende hacerse con el podio de primera potencia y economía del mundo, no pueden ser más egoístas e irresponsables. Solo con su rechazo directo a la invasión, esta guerra tocaría a su fin. Pero volvemos a las influencias económicas, a los mercados donde vender sus productos, armas principalmente, y a los bloques que siempre han separado al mundo, donde ya la ONU tan irrelevante es.

Como las culpas hay que repartirlas donde corresponde, la política expansionista de Europa en los últimos años ha sido un tremendo error. No olvidemos, que no hace tanto, e impulsado sobre manera por Alemania, la UE se proponía incorporar a la mismísima Turquía. Aquí todos van a lo suyo, a las influencias que ello conlleva, pero quienes están pagando el pato de las bombas, desabastecimiento, huida directa y perderlo todo, empezando por la vida, es el pueblo ucraniano. Puede que a las superpotencias y los bloques que representan no les interese mucho este pequeño gran detalle de las personas. Pero los ciudadanos nunca debemos perder la perspectiva de la paz que nos merecemos y que otras generaciones han ganado a pulso para que las actuales disfrutemos de tranquilidad y progreso. Por eso el grito de “No a la guerra” debe ser como una llama que nunca se apague.

 

 

Miguel del Río