Los mil escenarios distintos de un ahorro energético por acatar

 

 

Miguel del Río | 15.08.2022


 

 

 

 

 

¿Qué será lo siguiente a las medidas de ahorro energético? A saber… Porque desde que apareció la pandemia nos comportamos como si hubiéramos perdido el sentido crítico-constructivo hacia la mejor sociedad posible, que no es otra que un mayor porvenir y seguridad para todos. Se echa la culpa a la Guerra de Ucrania y al Cambio Climático, y no a que los mandatarios estén gobernando tan mal el mundo, y no se paren si quiera a recabar la opinión ciudadana. Lo de Boris Johnson y Donald Trump, apeados merecidamente del poder por sus formas, es solo un primer aviso de lo que aún estamos por ver.

 

Ahorrar, lo que se dice ahorrar, España no es muy ahorradora. Al menos en lo que se refiere al Estado con poder para gobernar y desempeñar funciones políticas, sociales y económicas. La mejor prueba: como país tenemos una deuda pública, un cañón, vamos, que se sitúa en 1,453 billones. Por comunidades autónomas, es mejor no sobresaltar con más números, igualmente desorbitantes. Son cifras que, en las siete vidas que se achacan a un gato, no se pagarían. Al contrario, aumentarán.

La tragedia irrumpió en 2020 y 2021. Será recordado como el bienio del Covid, que trastocó todo, esencialmente porque ralentizó la economía y metió a la sanidad en la UVI, donde sigue. Lo posterior que vendría, denominado como postcovid, estaba lleno de recuperación, de fondos europeos, y de confianza. Hasta que Putin lanzó la primera bomba sobre Ucrania y lo desbarató todo. Actualmente, seguimos en la palabrería barata que se creó con motivo de la pandemia (que si primera ola, segunda ola, desescalada). Ya no nos hemos apeado de esa palabrería, de tal manera que lo que hoy es una cosa, mañana otra distinta, ni si quiera se paran a explicarlo y los medios no hacen bien su papel. En resumen, aquí no pasa nada, ni, al parecer, nadie tiene nada que rechistar al respecto.

Aunque de sopetón, las vacas flacas acaban de llegar en forma de alocada e imparable inflación, precio estratosférico de todo, en especial de la comida, y aviso serio a la creación de empleo, porque la electricidad y el gas se han convertido para hogares y empresas en el primer gran recorte, cada vez más difícil de abonar. Como resultado, hemos aterrizado en una sociedad absurda, donde resulta más barato producir menos, para no dedicar la mayoría de los ingresos al pago de las facturas de la luz, el gas o la gasolina. También está lo del aire acondicionado, a 27 grados; o que las tiendas apaguen sus escaparates, a partir de las diez de la noche. Las diferentes Administraciones son las primeras obligadas en cumplir con las nuevas normas estatales, pero ya saben ustedes que el cumplimiento de las órdenes en España va por comunidades autónomas e incluso por ayuntamientos. Total, y como suele ocurrir, nos encontramos con mil escenarios distintos para comprobar un ahorro energético que está por acatar.  ¿Qué será lo siguiente? A saber, mejor no adelantar acontecimientos, aunque no creo que me equivocaría mucho en las predicciones.

Nunca asumiré porqué en España hay que buscar matices a la pifia, según quien la cometa. Esto se hace en todos los campos, no solo en el político. Y nos lleva, desde mi punto de vista, a no ser la sociedad tan avanzada que nos creamos en la mente, aunque los hechos no lo respalden. Es algo que nos distancia, para mal, de los anglosajones. Tenemos el caso de Boris Johnson y sus excesos en el Reino Unido, apeado por ello del poder. Y también del FBI entrando en la mansión, una de tantas, de Donald Trump, en busca de documentos oficiales que presuntamente el expresidente norteamericano se habría llevado a su casa, desde el Despacho Oval de la Casa Blanca. Los dislates y afrentas de Trump se pueden contar por cientos. La peor de todas fue el asalto al Capitolio de sus seguidores, algo que puso en duda la salud actual de los cimientos democráticos de la primera potencia mundial. Pero ya vemos como el sistema se reconduce por sí mismo, cuando la mentira, la falsedad o la manipulación de unos tuits se quieren imponer sobre los poderes legítimos de la nación. Con todo, Estados Unidos no vive su mejor momento, pero qué país puede decirse a salvo del comentario anterior. España, no. La Unión Europea, en su conjunto, tampoco. Esta última ha de auto chequearse en muchas cuestiones, pero una de ellas tiene que ver con la imposición, contando poco o nada con la opinión ciudadana, que parece que no tiene nada que reivindicar. Antes de escribir este artículo he tomado un café con dos buenos amigos, y este tema ha salido en la conversación: “La gente no quiere saber nada de problemas y huye de todo”. Es una de las frases que surgen del encuentro, y con la que estoy de acuerdo, aunque nos estemos jugando el presente y, sobre todo, el futuro. ¿Un futuro con demasiados cambios, que nos quieren imponer, sin que tengamos nada que decir?

En los malísimos tiempos que corren, resulta aterrador que nos quedemos sin voces críticas acerca de las cosas que pasan, cómo se deciden, los pocos que las imponen y los muchos, millones, que callan. Ya conocen ese refrán que dice que “el que calla otorga” y su significado literal: Quien no presenta ninguna objeción sobre lo dicho o expresado por otra persona, sino, por el contrario, guarda silencio, entonces se está concediendo la razón al otro. Este es el peligro actual en el que vivimos, el Covid, el postCovid, la crisis, la inflación, la reducción en el consumo de gas o electricidad. Y también por extender que quien discrepa es un insolidario. Nada más lejos de la realidad cuando lo que se quiere saber de verdad es hacia dónde vamos y cuál es el porvenir de nuestros hijos. Por encima de esto, la palabrería barata es cero. Nada de nada.

 

 

Miguel del Río