Septiembre de 2022 y el duelo entre alarmismo o ser positivos

 

 

Miguel del Río | 21.08.2022


 

 

 

 

 

Pensando en economía, y en lo que pueda venir, malo o bueno, al escribir este artículo he aprendido dos cosas nuevas. Una es que no hay certeza sobre el futuro, que nosotros mismos generamos, porque no llueve del cielo. Y la otra es que los economistas, a la hora de predecir lo que está por llegar, hablan de conmociones imprevistas que influyen decisivamente en recesión, sí o no, para el otoño. Esto de las conmociones es lo que más llama la atención. Ahora, desde la Guerra de Ucrania, la crisis y el ahorro energético, y el precio disparado de todo, especialmente los alimentos, todo son conmociones imprevistas. Me creo que van a ser las que realmente marquen el porvenir.

 

Alguien que es alarmista espera que se produzcan acontecimientos perturbadores, que predominen sobre lo que conocemos como vivir tranquilamente. Entretanto, quien piensa en positivo (cada vez menos), apuesta por mantener una actitud práctica ante la vida. Frente a ambas posturas, se antoja un tanto complicado arrojar un poco de luz sobre quién ganará este duelo generado por unos y otros, ante las malas perspectivas que nos presentan (sin concretar nada los Gobiernos al respecto), y que dicen empezarán a producirse en este septiembre de 2022.

Para abordar las consecuencias inmediatas de la situación actual, harto complicada, y en la que nos han metido, me sería más fácil acudir a la valoración de los economistas más renombrados y mediáticos, caso de Porter, Bernanke o Krugman. Pero no. En esta ocasión mis fuentes serán dos nombres menos conocidos, un hombre y una mujer, igualmente expertos y atinados sobre lo que sin duda son apreciaciones que avalarían quienes en su día ganaron Premios Nobel de Economía.

El primero es David Wessel. Se trata del director del Centro Hutchins para Política Fiscal y Monetaria de la Institución Brookings, que está en Washington. Le leo que predecir las recesiones es un ejercicio difícil. Generalmente, llegan por conmociones imprevistas y, en ocasiones, las recesiones que los expertos predicen, con total seguridad, luego no se producen”. Aunque remata: “Sin embargo, veo una posibilidad sustancial de una recesión, aproximadamente un 65% de probabilidades, en 2023. Con Wessel ganamos un poco de tiempo, pero no evitamos lo que él llama conmociones imprevistas. No me digan que no es una expresión genial, tan contrario como  soy a que nos expliquen con chorradas y palabras huecas asuntos de mucho calado y trascendencia. tal es la economía familiar. Ahora, estas conmociones, sondemasiadas: Guerra de Ucrania, crisis energética, precio de la gasolina, qué decir de los alimentos, la inflación sin freno y subida de los tipos de interés que nos alejan de las hipotecas baratas, todo ello en medio de unas pésimas relaciones entre las potencias más fuertes como son Estados Unidos, Rusia y China. Los tres países luchan por mandar el mundo, mientras quienes lo habitamos nos hemos quedado sin derecho a opinar.

Con esto de que las recesiones que se predicen luego no se producen, el economista David Wessel estaría en el lado de los optimistas, y por supuesto muy alejado de poco menos que el apocalipsis económico que muchos, cada día en más número, predicen para el próximo otoño. Enfatizo lo anterior, ya que paso ahora a plantear la opinión de la segunda economista que he seleccionado, cuya breve como concisa idea, lo verán a continuación, no es motivo para fiestas.

Lindsey Piegza esdirectora ejecutiva de Stifel Financial, en Chicago. Esto piensa: “Casi seguro, a finales de este año, se producirá un crecimiento negativo, en el mejor de los casos, o estanflación en el peor”. Pues vaya. Por cierto, usted como yo se están preguntando qué es la estanflación. Produce un estancamiento económico a la vez que persiste el alza de los precios y el aumento del desempleo. Esta música nos suena a todos, porque es la que se toca ahora.

Hay una cosa en la que no estoy de acuerdo, ni con Wessel ni con Piegza. Todo lo que venga lo habremos creado nosotros y solo nosotros. Y nos mereceremos por tanto las consecuencias. Hay un matiz demasiado importante como para obviarlo. Los ricos nunca sufren en las crisis, ya que ni comen peor ni pasan estrecheces. En cambio, los que siempre tienen dificultades para llegar a fin de mes, ven aumentar los precios de todo, la falta o pérdida de empleo, o la rebaja de los sueldos, algo con lo que ya se empezó en la crisis programada del 2008 al 2015, y en ello se continua. No encuentro palabras de repudio a lo bien preparada que sale hoy la juventud, para que luego les ofrezcan trabajos con sueldos miserables, dando muchos de ellos la sensación de simple explotación laboral.

Vendrá el otoño. No será todo ni tan bueno ni tan malo. Aunque no habremos arreglado nuestros problemas, de un calado extraordinario, porque el lenguaje de esta parte de siglo se ha estancado en términos como guerras, belicismo, alarmas nucleares, y también aprovechamiento de estas situaciones para que muchos listillos, que siempre han existido, hagan su agosto con lo que controlan, sea gasolina, gas, manzanas o peras. Ante este panorama, los Gobiernos están inactivos. Han vivido en la abundancia y ahora todo son deudas, inflaciones como la de España situada en el 10,8, y no explicar mucho a la población, porque más bien no se sabe nada de lo que pueda ocurrir. Si lo saben Estados Unidos, Rusia y China, que marcan el pulso a todos los demás. Si ellos están a lo suyo, y los demás países jorobados, pues eso, que sufran, y así les prestamos más y les tenemos controlados. Ninguno de estos tres países merece dirigir los destinos económicos del mundo. Hablo con más ilusión que otra cosa, pero aquí queda dicho lo impresentable de su manera de destruir, en vez de construir. Y de ello nace el germen para que unos lo vean todo oscuro y otros opten por la claridad. En realidad, a lo largo de la historia, siempre ha sido así. Porque, una vez tras otra, como burros, tropezamos en la misma piedra. De hoy a diez días, septiembre.

 

 

Miguel del Río