Llegó la crisis, energía paraliza fábricas y Cantabria de ejemplo

 

 

Miguel del Río | 13.09.2022


 

 

 

 

 

De la playa hemos saltado en un periquete a la crisis económica. Se aprecia especialmente en que las chimeneas de las fábricas dejan de humear, sometidas a un paro forzoso por el precio de las energías. Su nueva situación es que no pueden pagar esta factura. Lo mismo sucede en muchos hogares, con familias abocadas a pasar un invierno sin calefacción. Pero nos permitimos disparar el gasto militar, mientras la sociedad, callada, ha empezado a padecer en propias carnes el precio de este nuevo mundo, bélico e injusto, al que nos quieren abocar.

 

Un reciente titular de El Diario Cantabria no puede ser más esclarecedor respecto de la crisis económica, que ya está aquí, y de lo que pasa en general en España y, en concreto, en Cantabria: La crisis energética produce un goteo de cierres y ertes en la industria de Cantabria. Aunque rocambolesco, lo cierto es que muchas fábricas y factorías de todo tipo optan por parar su producción, en muchos casos porque resulta más caro pagar la factura energética o porque, directamente, el coste del gas y la electricidad se come los beneficios. Si estábamos dentro de un debate social y periodístico acerca de cuándo llegaría la crisis, ya no hay que hacer más cábalas: está aquí.

Algunas de las principales industrias que tiene Cantabria son protagonistas también de este tenebroso panorama. Ferroatlántica (150 trabajadores), en Boo de Guarnizo, Forgins & Castings (528 trabajadores), en Reinosa, o Global Steel Wire (584), en Santander, que además tiene problemas de falta de pedidos.

Sería fácil acogerse a la costumbre tan nuestra de echarle la culpa al empedrado. Pero hemos llegado a este momento, y si no se pone solución de inmediato, devolviendo a las empresas su seguridad (algo que empieza por tener energías baratas), lo que venga en adelante va a ser mucho peor. En España tenemos otra fea costumbre: dispararnos al pie. Añadamos más: falta de previsión, igualmente muy nacional, da igual la región que sea. Lo hemos apostado todo a un buen verano, en vez de ponernos a trabajar en la precrisis, y todo tipo de anuncios industriales y empresariales respecto a que no iban a poder seguir, así, mucho tiempo más. ¿Sabe usted si había algún plan nacional de emergencia para el caso que nos ocupa? Yo tampoco. La economía europea está en una encrucijada. Es verdad que Putin ha reventado todo. No es menos cierto que la Guerra de Ucrania tira la paz por la borda. Pero si los ciudadanos hemos seguido viviendo como si nada, los países y los gobernantes de esos ciudadanos tenían que haber dado respuestas a coyuntura tan fea. Ahora qué harán las fábricas, ¿encender de nuevo los hornos cuando la luz y el gas estabilicen su precio? Pues ¡ya podemos esperar sentados!

El empleo se va a ver doblemente acorralado. De un lado, miles de trabajadores de estas firmas que cierran por no poder pagar la luz, han pasado de la tranquilidad a la angustia. De otro, las nuevas generaciones que esperan disfrutar de un trabajo, como antes sus padres, redoblan su escepticismo sobre que los mayores les podamos arreglar algo. En el Puerto de Santander se almacenan cientos de coches, a los que no se puede dar salida por la falta de componentes. Parece que nos estamos acostumbrando a comprar o encargar productos, y que nos contesten que hasta dentro de un mes o más se calcula que nos lo podrán suministrar. Si no se fabrican cosas, si las plantas que lo hacen posible paran por el coste energético, ¿entonces para que se necesitan operarios?

Parece como si todo lo imaginable se hiciera en Rusia o China, que con el daño que están haciendo al resto del mundo, súbitamente le dejan también desabastecido de componentes que son fundamentales, por ejemplo, en la fabricación de coches. ¿Cuánto va a durar esta coyuntura? Creo que habría que dar respuesta a cuestión tan esencial. Pero nadie sabe, nadie contesta, nadie sale dando la cara. A los trabajadores y sus familias hay que aportarles soluciones, antes de que sea demasiado tarde. De poco vale lo que se pueda acordar para el futuro del empleo, si el motor que mueve nuestras fábricas, la energía, está gripado.

Por si fuera poco, las iniciativas que se toman nos sumen en mayor pobreza. El Banco Central Europeo sube los tipos de interés. Para que la inflación remita, menos hipotecas y más caras. Los jóvenes, que sigan soñando con comprar casa, y de paso los alquileres (Cantabria) se ponen imposibles. Ahora bien, estando las empresas como están, endurecer al tiempo las condiciones en que los bancos les prestan, no parece la idea del año. Habrá que ver cómo se desenvuelven los acontecimientos. La llave de la solución, que fluya el gas, la tiene Vladimir Putin. No es cuestión solo de parar la guerra. En la partida de estrangular a la Unión Europea a través de su economía, el ruso quiere más, pero aún no le ha dicho nada al respecto a Macron, el presidente francés.

Estamos así por lo de siempre, la ambición. Putin tenía bien pensado cada paso y las consecuencias. No iba a ser solo un paseo de tanques desde Moscú a Kiev. Por cierto, lo del “No a la guerra”, aquello tan español con la mirada en evitar la Guerra de Irak, se ha evaporado. Nadie lo entona con Ucrania. Incluso los típicos personajes nacionales, que cambian de opinión según conveniencia, ahora ven bien la militarización de España, y que gastemos más en cañones y misiles, que en sacar a nuestras fábricas del atolladero en que están. Las empresas de armamento no tienen ese problema, al contrario, los beneficios se les disparan. Terminaremos todos trabajando en las plantas donde se hacen balas, porque, desde luego, en todo lo demás, no valdrá la pena producir nada, si cuando llega la factura de la luz y el gas, vienen acompañadas de la ruina.

 

 

Miguel del Río