Paranoias democráticas, ¡a estas alturas!, y dentro de Europa

 

 

Miguel del Río | 22.12.2022


 

 

 

 

 

La trayectoria, que no peso, de España como país miembro de la UE, tiene más pros que contras. A pesar de este balance, hoy, y lamento escribirlo, ofrecemos una imagen patética. Desde el espectáculo interminable que damos con lo de Cataluña, a redactar leyes mal, al enfrentamiento del Ejecutivo con los jueces, a los que se llama golpistas, y presentar sospechas (que pagaremos caro), sobre la ejecución de los fondos europeos, y en qué se está gastando realmente tanto dinero. Me gustaría señalar salidas al laberinto tan retorcido en el que estamos metidos, pero no resulta fácil cuando se anteponen los personalismos a la propia democracia.

 

Han hecho muy bien los publicistas de Campofrío en orientar su anuncio de la Navidad 2022 por la causa de qué mundo, qué sociedad, vamos a dejar a las generaciones venideras. Ya se emitía por televisiones y redes sociales cuando, el jueves 15 de diciembre vivimos, como país, uno de los días más negros de nuestra historia, del que nada bueno queda como enseñanza a nuestros jóvenes. Al contrario, solo da para sentir vergüenza democrática de lo que sucede actualmente en esta vieja nación del Continente Europeo.

España entró formalmente en la Unión Europea el 1 de enero de 1986, y condición imprescindible para integrarse era tener una estructura de país absolutamente democrática, con una división de poderes muy clara: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Salíamos de una terrible dictadura en la que mucho podría ahondar desde el ámbito familiar, y entramos en una Transición que dio modernidad y prestigio a este país, aunque siempre resultó fundamental para ese logró qué personas y con qué talante estuvieran al frente de las principales instituciones del Estado de derecho (todos estamos sometidos a las leyes, pero no en España). No obstante, siempre hemos sido una sociedad un tanto acomplejada, atascada en los personalismos, no digamos atajos legales y pelotazos rápidos para enriquecerse echando mano de lo ajeno (principalmente de lo público), lo que hace pensar que en muchas decisiones tenemos tendencia de querer parecernos a países bananeros, donde se gobierna para unos pocos, sin perder nunca de vista su beneficio particular.

No hace falta esforzarse mucho en convencer de que, de lo dicho acerca de nuestro carácter, sumado a las malas decisiones internas que suelen tomar por nosotros, el pueblo, la casi eliminación de los delitos de sedición y malversación, es la mayor irresponsabilidad que se ha cometido dentro de nuestra historia democrática, algo de lo que nos arrepentiremos más temprano que tarde ya que, como dice ese dicho tan nuestro, la cabra siempre tira al monte. Para que la supresión de delitos tan serios, y habituales como la malversación, se haga con mayor refuerzo legal si cabe, el Gobierno mira a los jueces, al Poder Judicial, para, ¡increíble!, sancionarle si es necesario, por si volvieran a tener la tentación de no hacer los deberes que correspondan en tiempo, forma y a gusto del que legisla con mayoría suficiente el país en un momento dado, como sucede en la actualidad.

Si todo lo anterior es un disparate democrático en el que tendría que intervenir de facto la Unión Europea, gobernar para unos pocos, como sucede con los impulsores y malversadores de caudales públicos del procés en Cataluña, es de lo más sectario e injusto que nos ha tocado vivir a los demócratas de este país. Nada va a mejorar en Cataluña. Empeorará. Porque cuando se llega a semejantes dislates, los favorecidos, antes condenados por jueces y tribunales, se ven tan crecidos, tan en posesión de la vedad, que piensan ya en hacer lo que les venga en gana, ya que ninguna ley les va a cerrar el paso para referéndums, independencias o mayores locuras dentro de un Estado de derecho (se repite el término) adaptado a su medida, no para la generalidad de la Nación, de los territorios y ciudadanos que la conformamos.

Lo que pasa hoy en España duele muchísimo en la calle, que es donde de verdad se traduce al lenguaje claro lo que se pretende hacer con este tipo de decisiones imprudentes e injustas, al amparo de un poder mal empleado. Ahora no somos una sociedad reivindicativa. No se entiende el papel que juegan sindicatos, medios de comunicación, organizaciones empresariales, sociales, culturales o artísticas. Me gustaría ver en algún muro de alguna ciudad española qué interpretación haría Banksy de tanto surrealismo como se vive en España con sus principales problemas: la desobediencia en Cataluña, la falta de capacidad político-administrativa para convertir los fondos europeos en un cambio a mejor de la economía. Mientras, muchos medianos y pequeños empresarios se arruinan. Cierran porque no pueden pagar la factura de la luz y del gas, como los panaderos; nuestro mayor problema es la sedición y la malversación cometida por los impulsores del procés, y de cara que puedan volver a presentarse a las próximas elecciones, con su historial delictivo en blanco. Tal lo quisieran otros muchos españoles para sus casos, pero queda claro en este maquiavélico 2022 que, en España, las leyes y la justicia no son iguales para todos. Y esta es la gran vergüenza y paranoia democrática que nos toca soportar.

Como el fútbol ha de mostrar juego limpio para dar siempre el debido ejemplo a los más pequeños (el Mundial de Qatar no ha dado la talla), lo mismo ocurre en otros tantos ámbitos de la vida. ¿Qué lenguaje es este de golpes de estado, de un lado y de otro, de la vuelta de Tejero, de golpes de togas…? Como heredero de la Transición no doy crédito. Entretanto, los enemigos de España, los exteriores e interiores, se frotan las manos. Vivimos a nivel mundial unos tiempos tan inciertos, tan convulsos, tan de no saber qué es lo que va a pasar mañana, y aquí nos dedicamos a ponernos la soga al cuello: autodestruirnos. Nadie ha ganado con todo lo ocurrido. Solo el consenso nos puede proporcionar la recuperación y la certeza de futuro que necesitamos. No voy a hacer cábalas sobre si el mal actuar de ahora, continuará con un descabezamiento de una Constitución que necesitamos más que nunca. La justicia, muy tocada ahora, deberá seguir siendo la encargada de poner las cosas en su sitio, por muy duro que resulte, y pese a que guste a unos más y a otros menos. A fin de cuentas, esto es la democracia, y todo lo que conlleva. Por favor, no la avergoncemos con espectáculos que, aunque se cuenten de maneras tan diferentes, en medios de comunicación de derechas o de izquierdas, no gustan en los hogares, en los trabajos, en las oficinas, en los bares y restaurantes donde se abordan todas las cuestiones. Las instituciones hay que dignificarlas todos los días. Ahora mismo, esta es la tarea más urgente por hacer.

 

 

Miguel del Río