Presumir de estado del bienestar con niños que pasan hambre

 

 

Miguel del Río | 21.05.2023


 

 

 

 

 

 

Hipócrita esto de presumir de rico, rodeado de pobreza, que se extiende y ataca con furia a los niños. Pobreza infantil la llaman los Gobiernos, que invierten, algunos, mucho dinero en combatirla, pero no es suficiente. He leído en diversos sitios que este año y el que viene España crecerá más que la media europea. Aunque he visto menos publicada la noticia de que, de 27 países que conforman la UE, ocupamos el puesto 26 en pobreza infantil. Si de un lado, los estados han de extremar el cuidado de la infancia, por otro, las sociedades deben dirigirse al consumo sostenible, ese que empiece por no tirar a la basura tantos alimentos.

 

 

 

Hoy se ha convertido en habitual la confrontación política por los mayores o menores impuestos que recaen sobre los ciudadanos, y las explicaciones que se dan sobre presión fiscal, según sean las militancias ideológicas. Mayormente, nos repiten que, para mantener hospitales, colegios y servicios públicos, incluso las ayudas oficiales en pro del bienestar, los impuestos deben ser los actuales. Pero, en la realidad, a los que los pagamos, jamás nos preguntan nuestra opinión acerca de dónde y hacia quien habría que dirigir una parte importante de esos impuestos recaudados, cada vez con más voracidad.

Vayamos a un ejemplo real y alarmante. Desde el 2015, España ha pasado del puesto 21 al 26, de los 27 países que conforman la Unión Europea, en pobreza infantil. Tan solo está peor Rumanía. ¿Se puede calificar, así, al estado del bienestar como aceptable? No. Ese bienestar cojea por arriba, la tercera edad, y por abajo, con los niños. Evidentemente, son fases de la vida que están interrelacionadas. Además de en las matemáticas, el gran Pitágoras también se paró en esto que hablo: Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida. Pero si, como es el caso, el índice de pobreza infantil resulta perturbador, lo de llegar bien a mayor se tambalea, ya que la dignidad, empezando por comer todos los días, es el principio del desarrollo sano de la personalidad, y la salud integral el cimiento de la supervivencia (Convención sobre los Derechos del Niño y sus 54 artículos).

Mientras la sociedad española está inmersa en el debate de las nuevas ayudas sociales y qué sectores las reciben, a la pobreza infantil se destinan 63.079 millones. Antes de la pandemia, más de dos millones de niños vivían dentro de nuestro país bajo el umbral de la pobreza, con lo que nos podemos imaginar la situación actual, y la conclusión de que estos recursos económicos, a pesar de no ser pocos, resultan insuficientes. Habría también que reconducir prioridades, y situar en primer lugar de esta lista a los niños, sus necesidades actuales, alimenticias, educativas y sanitarias, labrando para ellos un porvenir exento de penalidades.

Y es que mirar a futuro con los niños pobres contempla que hay otras muchas cuestiones fundamentales que se les pueden complicar a lo largo de su existencia. No son pocas. En un porcentaje establecido ahora en el 28 %, sufrirán abandono escolar, en un 30 % problemas de salud (un 36 de obesidad), un 12% verá cerradas las puertas de muchos trabajos por la falta de estudios superiores, y este mismo porcentaje se dará para los casos de las depresiones.

De la pobreza infantil hemos oído hablar siempre. Lo que sucede es que resulta bochornoso alardear de tanto éxitos sociales como hace la sociedad actual. Un buen puñado de afirmaciones y declaraciones son fruto de la exageración o directamente de la mentira. Luego los hechos reales son otro cantar, como que en el digno desarrollo de nuestros niños ocupemos el puesto 26 dentro de una UE que cuenta con 27 países socios. Y encima nos dicen que este año y posiblemente el que viene España va a crecer más que la media europea, aunque no olviden que este año es casi entero electoral y el mensaje sale demasiado gratis.

Resulta también que contamos con un cargo que se denomina Alto Comisionado del Gobierno para la lucha contra la pobreza infantil. Este órgano es de muy reciente creación, el 2018, y por los datos (a la cola de Europa) no creo que se puedan tirar cohetes en referencia a que sus trabajos o consejos sean tenidos en cuenta tanto por el Gobierno central como por el resto de las comunidades autónomas. Tan solo hay que fijarse, para comprobar la magnitud del problema, en que las solicitudes de becas de comedor o actividades estivales que también cubren necesidades alimentarias han crecido, solo en 5 años, en un 40% (3 de cada 4 familias que solicitan beca). Quiero incidir en esto de que los padres apunten a sus hijos a actividades, ya que así tienen la oportunidad de llevarse algo a la boca. ¡Terrible!

No se atisba solución ni a medio ni a largo plazo, esta es la verdad, y les voy a decir porqué. Porque si como pilares fundamentales para salvaguardar los derechos de los niños, el primero de ellos su alimentación con las debidas comidas al día, se enuncian la salud, la educación y la justicia. Son valores que llevan camino de quedarse tan solo en bonitas palabras. Todo ello está hoy en una encrucijada, y mucho más tras el Covid, lo que deriva en una sanidad con muchos problemas, una justicia con más, y una educación cada vez más deficiente.

La brecha dentro de las diferencias sociales no deja de crecer. Los Gobiernos de un signo y de otro lo saben, pero cuestión diferente es combatirlo. Hemos perdido muchas oportunidades en el pasado para poner fin a demasiadas discriminaciones, como la pobreza infantil. La mayoría de los ciudadanos pensamos que el hambre está muy lejos, principalmente en África, como siempre nos han contado. Y no es así. Por eso los países que, con excesivo autobombo, se califican como ricos, han puesto ahora el punto de mira en la reeducación sobre el consumo y ahorro de recursos energéticos, los alimentos o el agua. Tiramos y desperdiciamos sin pensar en el mañana ni en los demás. Lo que viene después es sabido: la pobreza se extiende. Pero que, cada vez más, lo paguen los niños en todo el mundo, resulta una de las grandes crueldades a las que está acostumbrada esta vergonzante humanidad.

 

 

Miguel del Río